¿REFORMAR LA CONSTITUCIÓN?
Desde hace varios años, se viene hablando de reformar
nuestra Constitución para adaptarla a la realidad de una sociedad como la
española que ha experimentado un fuerte proceso de cambio en las cuatro décadas
transcurridas desde su aprobación
en 1978.
Es un debate que suele intensificarse en los actos conmemorativos anuales del 6 de diciembre, pero que está más presente en los dirigentes políticos, que en las preocupaciones de la ciudadanía, más interesada en cómo salir de la crisis económica y en afrontar las dificultades del día a día.
Todos los partidos políticos admiten que hay cuestiones
pendientes que justificarían una reforma constitucional. Temas como el de la
sucesión en la Corona (la actual Constitución proclama la prioridad del varón
sobre la mujer), la integración de España en la Unión Europea (que no está
recogida en el texto constitucional al haberse producido con posterioridad a
1978), la estructura territorial (regulada de forma poco eficiente en el Título
VIII) o la protección de derechos sociales (como sanidad, educación y
dependencia, que no están suficientemente garantizados), son algunos de los
temas que se esgrimen para justificar la reforma de nuestra Constitución.
Obviamente, la carta constitucional es un texto que puede
ser modificado (ya lo ha sido en dos ocasiones), y en su Título X se establece
el procedimiento a seguir para reformarlo. Muchos países han reformado su
Constitución, como los EE.UU., que, en sus más de doscientos años de vida, han
introducido veintisiete enmiendas (la última en 1991); Alemania ha reformado la
suya de 1949 en varias ocasiones (la última en 2006 para modificar el reparto
de competencias entre el gobierno central y los gobiernos regionales de los
Länder). No tiene, por tanto, nada de extraño que se plantee la reforma de la
nuestra.
Sin embargo, en España, desde La Pepa de 1812, se tiene una
larga (y trágica) historia constitucional, en la que han brillado más las
derogaciones y cambios violentos de nuestras Constituciones, que las reformas
consensuadas. La falta de amplios acuerdos políticos ha conducido a que
nuestras cartas constitucionales hayan sido derogadas, antes que reformadas,
propiciando con ello cambios de régimen político.
Es por eso que, en nuestro país, se trata con bastante
cautela el tema de la reforma de una Constitución como la de 1978, que ha dado
lugar a un largo periodo de cuarenta años de estabilidad política. Es tal esa
cautela, que el citado título X establece un procedimiento bastante complicado
para ello, exigiendo amplias y reforzadas mayorías tanto en el Congreso, como
en el Senado. Exige también su aprobación por referéndum si la reforma afecta a
determinadas partes del texto constitucional (por ejemplo, al Título Preliminar
sobre Principios Fundamentales; al capítulo 2 del Título Primero sobre Derechos
Fundamentales y Libertades Públicas; o a todo el Titulo Segundo, sobre la
Corona).
Por ese motivo, se dice, y con razón, que para reformar la
Constitución se necesita que exista un amplio consenso político, y que, si ese
consenso no se da, es mejor no abordarla. El ejemplo reciente de Italia es
significativo. Plantear, como ha hecho el ya exprimer ministro Matteo Renzi,
una reforma constitucional y someterla a referéndum sin tener el apoyo
suficiente, es un acto político del máximo riesgo. Por esta razón, se comprende
que Rajoy, como presidente de gobierno, se niegue a abrir el tema de la reforma
constitucional si no percibe que haya un gran acuerdo sobre lo que se quiere
reformar.
No obstante, cabe preguntarse si existe en España el
consenso suficiente para abordar la reforma de la actual Constitución. No lo
parece. Todos los partidos coinciden en la conveniencia de modificarla, pero no
hay coincidencia en lo que se quiere reformar.
El PP y Cs hablan de introducir mínimas reformas que no alteren el cuerpo central del texto constitucional y que no precisen de un referéndum de aprobación (reforma exprés). El PSOE plantea reformas parciales en algunos artículos, y la modificación del título VIII para sancionar un modelo federal de organización territorial. A la luz de esas posiciones, podría pensarse que habría posibilidad de un consenso entre esos tres partidos, pero la situación es más compleja de lo que parece.
Unidos Podemos no habla de reformar la Constitución, sino de
derogarla para abrir un proceso constituyente que dé lugar a un texto
completamente nuevo al aprobado en 1978. Si Unidos Podemos fuera un partido
marginal en la escena política española, los demás partidos podrían plantear
sin ningún riesgo una reforma constitucional de calado que atraiga un amplio
apoyo político y social, similar al que obtuvo la actual Constitución.
Pero Unidos Podemos no es marginal, sino que tiene una presencia importante en la vida política (con más de cinco millones de votos en las pasadas elecciones) y una fuerte capacidad de movilización social. Además, con sus 71 diputados, puede exigir un referéndum para cualquier reforma por pequeña que sea. Recordemos que el art. 167.3 establece que todo proyecto de reforma, incluso aunque sólo afecte a una parte del texto constitucional que no requiera un referéndum de aprobación, tendría que ser sometido a refrendo popular si así lo solicita la décima parte de los miembros de cualquiera de las dos Cámaras, y Unidos Podemos disponen del número necesario de diputados en el Congreso para ejercer esa prerrogativa.
Por eso, al igual que
se dice que, sin el PP, no es posible reformar la Constitución, dada su mayoría
absoluta en el Senado, cabe decir también que, sin el apoyo de Podemos, habría
un riesgo elevado de que la reforma fuera rechazada por la población en
referéndum, lo que, si ocurriera, generaría una grave crisis política. Dadas
las pretensiones de Unidos Podemos de abrir un proceso constituyente que ni PP,
PSOE y Cs ven necesario, y dada su negativa a abordar reformas parciales, no
parece que se den las condiciones para afrontar con garantía de éxito la
modificación de nuestra Carta Magna.
Además, la reforma de la Constitución no es, hoy, algo perentorio. A diferencia de lo ocurrido en 1978, cuando era urgente
disponer de un texto constitucional para llenar el vacío del proceso de reforma
política y avanzar en el camino hacia la democracia, ahora esa urgencia no
existe. Puede que sea necesario reformar la Constitución, pero lo
que está claro es que no hay urgencia en hacerlo, y que se puede esperar a
encontrar el momento adecuado y a lograr el amplio consenso que ello exige.
No parece que la actual legislatura (polarizada, sin mayorías claras, con algunos partidos sometidos a complicados procesos de reestructuración interna) y la persistencia de una grave crisis económica aún sin resolver, sean el momento propicio para abordar la reforma del texto constitucional.
Pero no reformar la Constitución no debe ser sinónimo de
parálisis política. Los temas ya mencionados, y que, sin duda, justifican la
reforma de nuestra Constitución pueden ser gestionados mientras tanto por la
vía legislativa o por una acción eficaz del gobierno.
El tema territorial,
por ejemplo, podría clarificarse utilizando el potencial que encierra el actual
articulado de la Constitución (en concreto, del art. 149), y el tema catalán
podría desatascarse con una reforma del modelo de financiación y con una
política de gestos, de buen entendimiento y de cooperación, que quite presión y
vaya minando la base de apoyo que tiene hoy la opción secesionista.
En lo que se refiere a los derechos sociales, no parece que se hayan visto socavados por no estar suficientemente protegidos en nuestra Constitución, sino más bien como consecuencia de los recortes ocasionados por la crisis económica que sufre nuestro país desde 2007. Por su parte, los temas europeos se han gestionado razonablemente bien desde 1986 sin necesidad de reformar la Constitución, y podría seguir siendo así. Finalmente, el tema del orden sucesorio en la Corona, puede esperar, dada la circunstancia de que el rey Felipe VI no tiene varón en su descendencia
En definitiva, reformar la
Constitución es algo necesario, pero no es urgente. Si no se cuenta
con un amplio consenso, y no parece que exista por ahora dada la polarización
existente en nuestra vida política, sería mejor dejar la reforma para otro
momento más propicio.
Mientras tanto, es necesario que el gobierno y los partidos
de la oposición se esmeren en sacar adelante una complicada legislatura,
construyendo puentes que permitan recuperar la cultura del consenso y el diálogo para asegurar la gobernabilidad de nuestro país. Sólo así se podrán crear las condiciones adecuadas para abordar la reforma de nuestra Constitución.
Estoy de acuerdo con tu planteamiento, aunque no del todo. Efectivamente, no es urgente. Hay tantos temas que afectan al Estado del bienestar, al modelo económico español, la actuación en el ámbito de la UE, la educación cuando ayer el informe PISA insiste en la debilidad del sistema educativo español, en particular el andaluz.
ResponderEliminar¡En fin! Mucha materia en la que trabajar antes que pensar en la reforma de la Constitución. Sin embargo, creo que hay cierta emergencia en abordar este asunto y no posponerlo. Ello afectaría a la dimensión estructural del Estado, a la distribución de poderes... A un conjunto de aspectos trascendentales en la recomposición institucional y organizativa de las que penden las anteriores. ¿Convendría aplicarnos el refranero “más vale lo bueno conocido que lo malo por conocer” o “más vale pájaro que ciento volando"? No lo sé con seguridad. Depende también de la aversión al riesgo. Puestos a elegir refrán me gusta más “agua corriente, sana a la gente”.
Gracias José Antonio por tus reflexiones. Como digo en mi texto, no reformar "ahora" la Constitución no significa "parálisis" de la acción de gobierno. Se pueden hacer muchas cosas sin reformarla.
ResponderEliminarEDUARDO gracias de nuevo por compartir tus reflexiones y ayudarnos a ordenar los argumentos. Estoy de acuerdo con lo que dices. Creo que habría que abundar en la necesidad real de abordar una reforma de nuestra Carta Magna, la primera en la historia que nos ha permitido vivir en convivencia tantos años. Más urgente seria ponerse de acuerdo en el pacto por la educación, en la mejora de nuestro sistema productivo, en el nivel de paro y en los bajos salarios que no aseguran una vida digna, en la reforma de la justicia, en el mantenimiento de nuestro sistema de sanidad pública, en la modernizacion de la administración para que de mejor respuesta a las demandas de los ciudadanos, en el apoyo al sistema de investigación-educación-innovación, ........ Habría que saber cuántos ciudadanos españoles tienen entre sus prioridades la reforma de la Constitución. Plantear, sobre todo por algunos partidos como una prioridad esta reforma es un elemento,más que demuestra la lejanía entre los políticos y la ciudadanía.
ResponderEliminarDicho esto, si nuestros representantes fuesen más serios y pensasen en los intereses generales, seguro que llegarían a los acuerdos parlamentarios necesarios que exige la reforma de la Constitución, sin mayores estridencias. Al menos para algunas de las reformas que tú plateas en el blog.
Gracias Melchor. Me alegro compartir contigo mi punto de vista sobre la reforma constitucional.
ResponderEliminarGracias Eduardo!!
ResponderEliminarUna reflexión sosegada y realista. Dejemos la Constitución de momento en stand by y creemos las condiciones para su reforma.
Gracias a ti por tus comentarios.
EliminarEnhorabuena por exponer brillantemente una reflexión que comparto: no hay nada urgente que reformar en la Constitución porque primero es el consenso para hacerlo y lo segundo es que nada impide gobernar en sentido progresista si hubiera la mayoría para ello. Yo ni siquiera creo que sea urgente hacer cambios en el Sistema Educativo porque este no puede compensar sólo las grandes desigualdades sociales que hay.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
EliminarGracias Juan María por tus comentarios. Comparto tu escepticismo respecto al pacto educativo. Mientras no salgamos de la crisis económica, que lo polariza todo, no seremos capaces de construir grandes consensos.
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