ELOGIO DEL SINDICALISMO
Uno de
los grandes precursores de la sociología, el francés Alexis de Tocqueville,
escribía en 1840, tras un viaje a los Estados Unidos de América, su obra
clásica “La democracia en América”.
En ese
libro señalaba, tomando como ejemplo la democracia norteamericana, que la existencia de grupos organizados de
intereses en los distintos ámbitos de la vida económica y social, es un
elemento fundamental para que los ciudadanos puedan influir en las decisiones
de los poderes públicos, más allá de ejercer el derecho de voto cada cuatro
años. Concluía que una democracia no puede funcionar sin una sociedad civil
autónoma y bien organizada, que actúe como contrapeso a los poderes
institucionales (legislativo, ejecutivo y judicial).
Con motivo de la fiesta del 1 de mayo, es interesante traer a colación estas
reflexiones realizadas hace casi dos siglos, ya que, si bien la realidad social
y económica de hoy es muy diferente de la que Tocqueville tomó como referencia,
hay rasgos que permanecen.
Aunque es evidente que el panorama económico se ha modificado sensiblemente en el marco de la
globalización, con la presencia hegemónica de las grandes corporaciones
industriales, financieras y de servicios, es también un hecho cierto que la economía actual
sigue siendo una economía de mercado. Es un modelo económico cuyos pilares continúan
siendo, de un lado, las empresas y, de otro, los trabajadores empleados en
ellas, junto a un amplio sector de trabajadores autónomos, cada vez más
dependientes del entorno económico en que desarrollan su actividad. A ellos se le une un no menos importante sector de empleados públicos que también dependen de ingresos salariales.
En ese
contexto, donde, junto a la libertad e iniciativa individual, se reflejan
también las desigualdades económicas y sociales, el sindicalismo, en sus diversas formas, continúa desempeñando
una función esencial al representar los intereses de los trabajadores asalariados, autónomos o empleados públicos. Sin los sindicatos,
los trabajadores sólo tendrían, en el ejercicio de sus derechos, el amparo de
leyes y normativas laborales en cuya aplicación práctica también se reflejan, como
se comprueba día a día, las desigualdades existentes.
Así ha
sido a lo largo de los últimos ciento cincuenta años en todas las democracias
occidentales, y en días como el 1 de mayo los sindicatos suelen reafirmar su
presencia con actividades y acciones de diversa índole (manifestaciones,
eventos culturales,…).
Y así
lo reconocimos en España cuando iniciamos la transición democrática a finales
de los años 1970. Nadie entonces ponía en
duda el papel positivo de los sindicatos, y todos valoramos su aportación a la consolidación
del sistema democrático en nuestro país. Dirigentes sindicales como Marcelino
Camacho (CC.OO.) y Nicolás Redondo (UGT) son ya parte de la historia de nuestra
democracia.
De hecho, nuestra Constitución de 1978 dedica amplia atención al tema sindical, confiriendo una importancia destacada a los sindicatos y a las asociaciones empresariales en el marco de un Estado social y democrático de Derecho. En concreto, en el Título Preliminar, el art. 7 consagra su papel como organizaciones básicas para la defensa y promoción de los intereses económicos y sociales, y el art. 28.1 establece el derecho de libertad sindical como un derecho fundamental (situándolo en el Título I de la Constitución).
Hoy, por el contrario, no es fácil encontrar voces favorables al sindicalismo. Es habitual declararse cuando menos asindicalista o manifestarse en contra de los sindicatos, a los que se les atribuye todo tipo de perversiones (corrupción, clientelismo, nepotismo, corporativismo,…). Se cuestiona su utilidad y se los califica de instituciones obsoletas, que viven de las subvenciones públicas y que cada vez están más alejadas de la realidad social y económica.
De hecho, nuestra Constitución de 1978 dedica amplia atención al tema sindical, confiriendo una importancia destacada a los sindicatos y a las asociaciones empresariales en el marco de un Estado social y democrático de Derecho. En concreto, en el Título Preliminar, el art. 7 consagra su papel como organizaciones básicas para la defensa y promoción de los intereses económicos y sociales, y el art. 28.1 establece el derecho de libertad sindical como un derecho fundamental (situándolo en el Título I de la Constitución).
Hoy, por el contrario, no es fácil encontrar voces favorables al sindicalismo. Es habitual declararse cuando menos asindicalista o manifestarse en contra de los sindicatos, a los que se les atribuye todo tipo de perversiones (corrupción, clientelismo, nepotismo, corporativismo,…). Se cuestiona su utilidad y se los califica de instituciones obsoletas, que viven de las subvenciones públicas y que cada vez están más alejadas de la realidad social y económica.
Sin
embargo, ante la creciente precariedad del empleo y la deregulación de las
relaciones laborales (propiciadas por una reforma que redujo sensiblemente el
papel de la negociación colectiva sectorial para darle protagonismo a los acuerdos
a nivel de cada empresa), parece necesario el papel movilizador y la fuerza
reivindicativa del sindicalismo, así como su actitud abierta a la negociación y
el diálogo.
Son
necesarios sus líderes nacionales, que, con su voz disonante, ponen un
contrapunto al discurso dominante de la clase política. Pero también son
necesarios sus cuadros intermedios, imprescindibles para velar por el
cumplimiento de los convenios. Lo mismo que son necesarios los tan criticados
“liberados sindicales”. ¿Qué sería de los trabajadores de pequeñas empresas
donde no existe representación sindical alguna, sin la ayuda de los liberados
sindicales visitando uno a uno los centros de trabajo, informando y recogiendo
las reclamaciones de los trabajadores?
En
sectores como el agrario, donde los agricultores, en especial los titulares de pequeñas explotaciones, están muy atomizados, y donde la política que lo regula (la PAC) es cada
vez más compleja, parece necesaria la presencia de organizaciones de tipo sindical o similares (como las que encarnan las llamadas “organizaciones profesionales agrarias”, OPAs).
Algunas de estas organizaciones incluso se auto-denominan "sindicatos agrarios" (como ocurre con UPA o COAG) y defienden de manera agregada intereses tan dispersos como los que atraviesan la agricultura, y prestan servicios sobre todo a los pequeños agricultores para facilitarles acceso a la información y darles certidumbre en contextos tan volátiles e inciertos como aquéllos en los que desarrollan su actividad. Además, las OPAs desempeñan una función clave en la interlocución y concertación con los poderes públicos en temas relacionados con la política agraria. Asimismo, para los asalariados agrícolas, el papel de los sindicatos es fundamental en la negociación de los convenios del sector.
Algunas de estas organizaciones incluso se auto-denominan "sindicatos agrarios" (como ocurre con UPA o COAG) y defienden de manera agregada intereses tan dispersos como los que atraviesan la agricultura, y prestan servicios sobre todo a los pequeños agricultores para facilitarles acceso a la información y darles certidumbre en contextos tan volátiles e inciertos como aquéllos en los que desarrollan su actividad. Además, las OPAs desempeñan una función clave en la interlocución y concertación con los poderes públicos en temas relacionados con la política agraria. Asimismo, para los asalariados agrícolas, el papel de los sindicatos es fundamental en la negociación de los convenios del sector.
El
sindicalismo es una institución de más de cien años de historia, que ha
contribuido a muchas de las conquistas sociales que hoy disfrutamos. Por supuesto que los sindicatos tienen que adaptarse a los nuevos tiempos y que
tienen que innovar para relacionarse mejor con los trabajadores y ser más
eficientes en sus funciones de reivindicación y defensa de intereses.
Pero sin asociaciones intermedias como los sindicatos la democracia estaría mutilada, como señaló hace casi
dos siglos Alexis de Tocqueville al referirse a la necesidad de contar con una sociedad civil autónoma y bien organizada. No viene mal recordarlo este 1 de mayo, y cuando se han cumplido ya 130 años de la fundación de la UGT.
El sindicalismo fue muy importante en en sus comienzos... pero después se vendió a la clase política y adoleció de sus mismos defectos.
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