LA
UNIÓN EUROPEA Y LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA
EN CLAVE TRANSATLÁNTICA
Eduardo Moyano Estrada
(publicado en “Alternativas Económicas”
en noviembre de 2015)
Es paradójico que, en épocas de apertura y
globalización económica, se acelere la formación de grandes bloques
comerciales. El pasado lunes, culminaron las negociaciones sobre el Acuerdo de
Asociación Transpacífica (TPP) entre los EE.UU. y once países del Pacífico
(entre ellos economías tan importantes como la de Japón, Australia, Singapur,
Canadá o México), si bien aún debe ser refrendado por sus respectivos gobiernos
y parlamentos nacionales.
Desde hace varios años, la Unión Europea (UE) y los
Estados Unidos de América (EE.UU.) negocian un acuerdo de asociación para el
comercio y la inversión (conocido por sus siglas inglesas TTIP: Transatlantic
Trade and Investment Partnership). Si se logra, se crearía la zona de libre
comercio más amplia del mundo, al sumar entre ambas potencias económicas más
del 50% del PIB mundial, más de un tercio del comercio internacional de bienes
y servicios, y 800 millones de consumidores. No es, por tanto, un acuerdo
comercial más, de los muchos que tiene la UE con estados no miembros (por
ejemplo, Marruecos, Turquía o los países de la AELC), sino un acuerdo de
mayores dimensiones.
La negociación sobre el TTIP se inició con el objetivo
de establecer una zona de libre comercio UE-EE.UU. que superara el punto muerto
al que se había llegado en la ronda Doha de la OMC (Organización Mundial del
Comercio). Sin embargo, a lo largo de la negociación, el TTIP se ha ido convirtiendo
en un proyecto que pretende ir más allá de las simples cuestiones comerciales,
incorporando temas tales como la armonización de normas, la homologación de exigencias
administrativas o la coordinación de leyes para facilitar el comercio y la
inversión. Y es precisamente por su mayor ambición y por las importantes implicaciones
de lo tratado, que está surgiendo un intenso debate a nivel europeo y norteamericano
sobre este asunto, manifestándose posiciones a favor y en contra del mismo.
De hecho, el Parlamento Europeo debatió el pasado
mes de julio el Informe Lange (llamado así por el nombre del ponente),
que fue aprobado sólo con el voto favorable de 436 diputados, procedentes del
grupo popular europeo (PPE) y de los grupos conservador y liberal (ALD), así
como de gran parte del grupo socialdemócrata (entre ellos, todos los del PSOE).
El Informe recibió 241 votos en contra: algunos socialistas (belgas,
daneses, británicos,…), todos Los Verdes, toda la Izquierda Unitaria Europea
(donde están los españoles de Podemos e IU), el Movimiento 5 Estrellas
italiano, y los franceses del lepenista Frente Nacional.
Los contrarios al TTIP han ampliado su red, al
unírsele movimientos sociales como La Via Campesina o ATTAC, y
municipios de algunas grandes ciudades europeas (como Barcelona y Madrid). Consideran
que no es necesario un acuerdo comercial de esta naturaleza, ya que los
aranceles medios son ya muy bajos en las relaciones comerciales entre los
EE.UU. y la UE. Ven en el TTIP los intereses de las grandes empresas norteamericanas
por entrar en Europa y por imponer unas estrategias agresivas que pondrían en
riesgo el carácter público de muchos servicios municipales (agua,
electricidad,…), además de rebajar las importantes exigencias ambientales de la
UE (en asuntos como los transgénicos o el fracking) y de reducir los
derechos laborales de que ahora disfrutan los trabajadores europeos. Asimismo,
consideran que se están tratando con total secretismo asuntos que afectan al
funcionamiento del sistema democrático, como el control previo de la
legislación relativa al comercio y la inversión, o la propuesta de crear
instancias extrajudiciales (ISDS) para dirimir posibles conflictos entre
empresas y gobiernos (propuesta que ha sido modificada tras la mediación de la
comisaria Malmström).
Los favorables al TTIP abogan por los efectos
positivos que tendría en la economía europea (tanto en el crecimiento del PIB,
como en la creación de empleo), y entienden que, en el actual contexto de
capitalismo global, la UE no puede replegarse sobre su propio mercado interno.
Además, consideran que la economía europea está perdiendo peso en el conjunto
de la economía mundial ante la competencia de otras economías emergentes. Todo
eso les lleva a plantear la necesidad de establecer una alianza comercial con
los EE.UU., percibido como el mejor socio que puede tener la UE, tanto por
razones políticas (sistemas democráticos similares, alianzas militares
comunes), como económicas (sistemas de mercado y economías muy parejas) y
culturales (valores ético-normativos comunes). A ello añaden que una posible
asociación transatlántica neutralizaría la tendencia de los EE.UU. a volcarse
en el área del Pacífico haciendo que los gobiernos y agentes económicos
norteamericanos volvieran a interesarse por los temas y socios europeos. Recordemos
en ese sentido el citado acuerdo Trans-Pacífico (TPP) entre EE.UU. y once
países de esa región, aún pendiente de ratificación.
Estamos, por tanto, ante un asunto de gran
importancia para la UE, sobre el que los gobiernos nacionales deberían
esmerarse en informar a sus respectivos parlamentos y en ofrecer la máxima
transparencia posible a sus ciudadanos. Sólo así se podrá lograr el apoyo
inicial de la ciudadanía europea y de las organizaciones de la sociedad civil, neutralizando
el rechazo general que este tipo de acuerdos a veces conlleva (sobre todo, si
la otra parte son los EE.UU., dado el fuerte sentimiento antinorteamericano de
ciertos sectores de la opinión pública europea).
Los acuerdos de libre comercio no pueden ser nunca
un fin en sí mismos, sino un medio para mejorar el bienestar de la población.
Por eso, si bien las negociaciones sobre el TTIP pueden valorarse como algo
positivo por ser una vía para avanzar en las relaciones económicas con los
EE.UU., habrá que estar alerta para ver cómo se van concretando los acuerdos y
comprobar si afectan, y en qué medida, a nuestro modelo económico y social y si
pueden poner en riesgo el bienestar de los ciudadanos europeos. Además, hay que
valorar si la entrada en vigor de un acuerdo como el TTIP tendría efectos
negativos sobre las relaciones comerciales que mantiene la UE con terceros
países. No obstante, hay fórmulas para evitar que un acuerdo de esa naturaleza
tenga efectos perniciosos en sectores sensibles, como es el caso del sector
cultural o de algunos subsectores agrícolas, donde sería necesario el
establecimiento de cláusulas de salvaguardia o simplemente dejarlos fuera del
acuerdo en una primera fase.
En todo caso, rechazar de plano la posibilidad de que
la UE alcance una ambiciosa alianza económica con los EE.UU. (su socio natural)
sería fruto de un prejuicio difícil de sostener. La negociación está abierta, y
nuestra misión ahora como ciudadanos, tanto a nivel individual como a través
del movimiento asociativo, es hacer llegar a los gobiernos nacionales y a la
Comisión Europea, nuestros puntos de vista sobre los distintos temas del TTIP,
sin descartar recurrir a la movilización si creemos que nuestras peticiones no
están siendo atendidas. La voz última será, en definitiva, la del Parlamento
Europeo, que tendrá la oportunidad de aprobar o rechazar el texto final que le
presente el Consejo de Ministros de la UE, de acuerdo a lo establecido en el
proceso de codecisión.
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