RESEÑA DEL LIBRO “EL MINOTAURO GLOBAL” (Yanis Varoufakis, 2015)
(reseña escrita el 10/02/2015)
“El Minotauro global” es un libro sugerente
sobre el crash de 2008. Su autor, el economista Yanis Varoufakis, actual
ministro de Finanzas del gobierno griego de Syriza, lo escribió en versión
inglesa en 2011, y la primera edición española se publicó en 2012. Es un libro
de amena lectura, dirigido a un público no especializado, en el que propone una
tesis para ayudar a comprender un proceso tan complejo como el que ha desencadenado
de la actual crisis económica.
Utiliza (sin abusar) la terminología
económica necesaria para desarrollar su línea argumental, e incluye un número
razonable de datos y tablas estadísticas como base de apoyo. La traducción al
español no es mala, pero podía haberse mejorado con una simple relectura por
parte de los traductores. En su estilo, tiene la originalidad (algo snob) de
estar escrito como si quien lo escribiera fuera una mujer y se dirigiera a un
público de lectoras (parece que ha sido una condición impuesta por el autor al
editor español).
En su interesante e imaginativa
interpretación del crash de 2008, Varoufakis viene a decir lo siguiente. La II
Guerra Mundial (y la consiguiente victoria aliada bajo el liderazgo militar
norte-americano) significó el comienzo de la hegemonía de los EE.UU. en el
mundo (y el declive de Gran Bretaña y Francia). Esa hegemonía se sustentó en el
llamado Plan Global, cuyas bases se pusieron en la Conferencia
internacional de Bretton Woods (Washington, julio de 1944). En esa Conferencia,
el presidente Roosevelt y su equipo del New Deal pretendían blindar a la
economía norteamericana y al capitalismo mundial ante futuras (e inevitables)
crisis, evitando que éstas se transformaran en una gran Crisis (con mayúscula)
como la del crash de 1929, que había causado un pánico del que todavía no se
habían recuperado los estadounidenses. Había consenso de que era necesario para
que el capitalismo funcione cierta convergencia y coordinación de las políticas
nacionales.
En Bretton Woods se crearon el FMI (Fondo
Monetario Internacional) y el BIRF (luego transformado en el actual Banco
Mundial) y se acordó convertir el dólar en referencia del sistema de cambio de
las distintas monedas (un patrón-dólar al que, además, se le asignaba un valor
fijo en oro de 35 dólares por onza). Se creaba así una especie de unión
monetaria (con el dólar como moneda de referencia), donde los gobiernos firmantes
se comprometían a coordinarse en todo lo relativo a sus políticas de
devaluación de las monedas. No era un sistema de moneda único, pero casi, ya
que, ningún país podía devaluar sus monedas por debajo del 1% de su tipo de
cambio respecto al dólar. Sin embargo, al no crear verdaderas instituciones de
gobernanza monetaria, la disciplina a la que se sometían los Estados firmantes dependía
del poder de persuasión de la nueva potencia mundial (EE.UU.) y de la voluntad
de los gobiernos nacionales de respetar las instrucciones emanadas de las
autoridades norteamericanas.
En esa Conferencia internacional, Gran
Bretaña estuvo representada nada menos que por el economista John M. Keynes,
quien propuso crear una auténtica “unión monetaria internacional”, que, sin
embargo, no fue apoyada por sus colegas norteamericanos del New Deal. El
ilustre economista británico estaba convencido de que un sistema capitalista
integrado en algún tipo de unión monetaria, necesitaba de un “mecanismo institucional
de reciclaje de excedentes” que evitara los desequilibrios internos entre
países con economías diferentes (unas, excedentarias, y otras, deficitarias).
Sin ese mecanismo, pensaba Keynes, si se produjera una crisis económica en un
país (sea excedentario o deficitario), se contagiaría al resto y acabaría por
destruir todo el sistema en su conjunto.
Tras la II Guerra Mundial y a falta del “mecanismo
institucional de reciclaje de excedentes” de que hablaba Keynes, es la economía
norteamericana la que va a desempeñar ese papel, exportando al resto del mundo
(no comunista) los enormes excedentes que su economía ya atesoraba. Esos
excedentes se destinaron a la recuperación de las áreas del mundo devastadas
por la guerra (sobre todo, Europa Occidental, con el Plan Marshall, y Japón) siendo
las propias empresas norte-americanas las principales beneficiarias. Eso
permitió que la economía estado-unidense continuara atesorando enormes
beneficios, hasta que, tras las guerras de Corea y Vietnam, los EE.UU. se
convirtieron a principios de los 70 en un país deficitario, cuya economía no
podía ya financiar los enormes gastos militares y la política social del
presidente Johnson.
En vez de restringir el gasto, y equilibrar
sus finanzas y su balanza comercial, los distintos gobiernos (el de Nixon y el
de los demás presidentes que le sucedieron, independientemente de que fueran
republicanos o demócratas) optaron por mantener los déficits presupuestarios
(tanto el déficit público, como el déficit comercial), y decidieron que podían
financiarse con dinero procedente del exterior. De este modo, el Plan Global
creado en Bretton Wood, y que se basaba en la naturaleza excedentaria de la
economía norteamericana, se hizo inviable cuando EE.UU. se convirtió en el país
más endeudado del mundo y sus problemas de deuda comenzaron a contagiar a los
demás países (Gran Bretaña y Francia abandonaron la paridad del dólar a
comienzos de los años 70. Hubo que poner en marcha, por tanto, un sistema
alternativo, y a eso se ocuparon los distintos gobiernos norteamericanos de la
década 70 y 80.
El nuevo modelo se sustentaba en el hecho, paradójico,
de que, a pesar de que la economía americana era ya deficitaria, el dólar
continuó siendo la moneda refugio de los inversores internacionales, que
trasladaban a Wall Street inmensas cantidades de dinero. A ello contribuiría la
subida espectacular del petróleo de 1973, que, propiciada por el gobierno de
los EE.UU., generó enormes beneficios a las compañías petroleras
norteamericanas y a las oligarquías de los países productores, cuyos
petrodólares cogían el camino a Wall Street como si fuera la Meca de las
finanzas (a eso contribuiría el alza de los tipos de interés). Y todo ello
impregnado del gran poder de persuasión de la hegemonía militar (nuclear) de
los EE.UU. en el mundo.
Así, el Plan Global de Bretton Wood
fue sustituido por un nuevo modelo, que Varoufakis llama el “Minotauro global”,
por alusión al mito griego de la bestia encerrada en un laberinto cretense
(mitad humano, mitad toro), a la que había que alimentar con jóvenes doncellas
para saciar su hambre, y al que daría muerte el héroe griego Teseo utilizando
el hilo de Ariadna. Ese modelo se consolidó en las décadas de los 70 y 80 y ha
durado hasta el crash de 2008, funcionando como un Minotauro cuya principal
doncella es Wall Street, que le alimenta con las ingentes cantidades procedentes
de los inversores internacionales. Para hacer atractivas esas inversiones, el “Minotauro
global”, liberado de mecanismos regulatorios gracia al pensamiento neoliberal y
a las acciones (mejor sería decir las omisiones) de los poderes públicos, crea artilugios
financieros (los llamados productos derivados) cada vez más
sofisticados, cada vez más alejados de la economía real productiva (las opciones
de compra de acciones, los seguros de cobertura, las hipotecas subprime,
los CDO, los CDS,…) y cada vez con riesgos más elevados. A eso habría que
añadir (lo apunto yo, no Varoufakis), la revolución tecnológica en el campo de
las TIC y su aplicación al mundo de las finanzas, que da lugar a una economía
altamente especulativa al permitir a los inversores obtener pingües beneficios
en cuestión de décimas de segundo aumentando exponencialmente el ritmo del proceso
de circulación del capital.
En esa época “gloriosa”, el Minotauro ha ido
actuando como “mecanismo (no institucional) reciclador de los excedentes” del
sistema capitalista internacional, hasta que los desequilibrios internos y la
falta de gobernanza (tras la retirada de los reguladores para dejar que el
mercado financiero actúe libremente) acabaron hiriéndolo de muerte. En efecto,
según comenta Varoufakis, se ha ido produciendo en el “Minotauro global” un
desequilibrio cada vez más grande entre la economía productiva y la economía
financiera, que, además, están cada vez más interconectadas entre sí. El
estallido de la burbuja especulativa, que da sus primeras señales en 2001 con
la crisis de las empresas “punto.com” (sobrevaloradas en su valor bursátil), comienza
realmente con las dificultades mostradas por algunas entidades financieras en
2007 (Bearn Stearns, BNP-Paribas, Merrill Lynch,…) y luego con la caída de
algunas de las más importantes (Lehmann Brothers, 2008), produciendo un efecto
contagio en el conjunto del sistema bancario internacional y, de rebote, en la
economía productiva, al cortarse las líneas de crédito. El Minotauro no sólo
queda herido, sino herido de muerte. Y en esas estamos.
El autor se pregunta al final si el
capitalismo mundial puede continuar funcionando sin la existencia del algún
“mecanismo de reciclaje de excedentes”, es decir, sin un nuevo Minotauro. Su respuesta
es que no, y que si no surge otro, el sistema se va a pique. Por eso, cree Varoufakis
que acabará surgiendo un nuevo Minotauro. Después de analizar posibles
candidatos (sugiere el Dragón chino, pero lo descarta mientras la demanda
interna de China sea tan pobre), opina que será de nuevo en EE.UU. donde se
reproducirá la bestia para ir absorbiendo los excedentes de un sistema des-equilibrado
internamente.
El libro se acompaña de análisis más
sectoriales y por países, que tiene su interés, aunque menor que el del crash
2008. Por ejemplo, analiza el caso de China, Japón y Alemania (este último interesante
para explicar el tema europeo). Profundiza en la crisis europea del euro, de la
que responsabiliza a Alemania, y da algunas recomendaciones para salir del
actual embrollo. La principal (nada original) es la ya comentada por diversos
autores sobre el papel del BCE como auténtica Reserva Federal Europea
(comprando bonos de los países endeudados), a lo que, en su opinión, se opone
Alemania por razones políticas (coste electoral) y económicas (le interesa una
zona euro debilitada, pero bajo su control). Esta última parte del libro está
escrita de forma algo apresurada y, dados los cambios que se producen un día sí
y otro también en el ámbito europeo, sus recomendaciones y diagnósticos quedan
superados por los acontecimientos. El primero de esos acontecimientos es, por
ejemplo, ver al autor Varoufakis convertido en ministro de Finanzas del
gobierno griego de Syriza. ¡Menudo cambio!
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