EL "ACUERDO DE PARIS"
SOBRE CAMBIO CLIMATICO
Hay problemas que, por su dimensión global, no
pueden ser tratados a nivel de un solo país, ni siquiera de un grupo de países,
por lo que sólo cabe hacerlo en instituciones internacionales como Naciones
Unidas. Ese es el caso del cambio climático, reconocido ya como uno de los más
graves problemas globales que afectan a nuestro planeta y que, por ello, trasciende
el ámbito regional o nacional.
El “Acuerdo de París”, suscrito el pasado 12 de
diciembre en la capital francesa y firmado solemnemente en Nueva York el 22 de
abril de este año 2016 (con motivo del Día de la Tierra), es una buena muestra
de la utilidad de algunas instituciones internacionales para tratar asuntos
globales.
El contexto
Este problema se manifiesta de varias maneras, siendo la más relevante la subida de la temperatura media del planeta (calentamiento global) y la alteración de las estaciones climáticas y de la intensidad pluviométrica. Asociados al fenómeno del cambio climático, están los problemas de disminución de especies naturales (pérdida de biodiversidad biológica) y de aumento de la superficie de zonas áridas (desertificación).
Respecto a sus causas más inmediatas, cada vez hay más evidencia científica de que, en relación al calentamiento global, una de esas causas es la elevada concentración en la atmósfera de los llamados “gases de efecto invernadero” (GEI) (sobre todo, CO₂ y metano), provocada por las emisiones que generan los modelos productivos basados en la masiva utilización de combustibles fósiles como fuente de energía.
Dado que, según el grado de desarrollo económico, los países emiten diferentes niveles de estos gases (GEI), ha habido serias divergencias sobre cómo abordar este problema, debido a las distintas repercusiones que su tratamiento podría tener en los sistemas económicos y sociales. Una reducción de las emisiones conllevaría inevitablemente un cambio en los modelos productivos, que no todos los países están en condiciones de afrontar. Además, los países menos desarrollados consideran, con razón, que no tienen la misma responsabilidad que los más desarrollados en la generación del problema del cambio climático al emitir menores cantidades de gases GEI a la atmósfera, aunque lo sufran de igual modo y con menos recursos para hacerle frente. Y consideran también que no se les puede limitar el desarrollo de sus economías, ya de por sí bastante atrasadas, con la excusa de que es necesario disminuir el uso de combustibles fósiles para combatir el cambio climático.
A pesar de esas divergencias, siempre ha existido
un amplio consenso sobre la necesidad de la cooperación internacional para
afrontar este problema, dada la imposibilidad de solucionarlo con medidas
adoptadas de manera separada por cada gobierno nacional. De ahí que haya sido
el marco de las Naciones Unidas el más apropiado para tratar los asuntos relacionados
con el cambio climático, considerado ya como un problema “global” que forma parte
de la agenda política internacional.
Los
antecedentes
La primera vez que se habló a nivel internacional
sobre el problema del cambio climático fue en la Conferencia Mundial sobre el
Clima, celebrada en Ginebra en 1979 y organizada por la OMM (Organización
Meteorológica Mundial), organismo especializado de la ONU.
A raíz de ello,
Naciones Unidas aprobó el Programa Mundial sobre el Clima, y en 1988 creó un
Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC) encargado de
elaborar informes científicos sobre la evolución de este problema. Consciente
de la magnitud que iba tomando el problema del cambio climático y de la
necesidad de la cooperación internacional para abordarlo, el IPCC propuso la redacción
de un tratado internacional sobre este asunto.
Fue a raíz de la llamada “Cumbre de la Tierra”
celebrada en Río de Janeiro (1992), que Naciones Unidas dio a conocer tres convenciones
internacionales relacionadas con esta materia: una convención-marco sobre
cambio climático (CMNUCC) y otras dos asociadas a aquélla (la CNUDB sobre
biodiversidad y la CNULD sobre desertificación). Son convenciones a las que,
desde su constitución, se han ido adhiriendo de forma voluntaria los distintos
Estados miembros de la ONU (denominadas “partes contratantes”).
Al estar los tres temas interrelacionados, se ha
creado incluso un “grupo común de enlace” para coordinar las acciones
promovidas desde cada uno de esos tratados o convenciones, y para organizar las
correspondientes conferencias anuales de las partes contratantes (COP). Desde
que en 1994 entró en vigor la citada convención-marco sobre cambio climático
(CMNUCC), se han celebrado 21 de esas conferencias internacionales, siendo la última
la que tuvo lugar en París en los meses de noviembre-diciembre del pasado año.
La COP-21 celebrada en la capital francesa finalizó,
como he señalado, con la firma del llamado “Acuerdo de París”, suscrito en esta
primera fase por los representantes de los Estados allí presentes. Este Acuerdo
sucede al “Protocolo de Kioto” (1997), y se pretende que entre en vigor a
partir del año 2020, siempre que sea ratificado al máximo nivel político por un
mínimo de 55 Estados que sean responsables de, al menos, el 55% de las
emisiones de gases de efecto invernadero (GEI).
La importancia del Acuerdo
La importancia del “Acuerdo de París” ha sido
reconocida desde diversos círculos de opinión (incluidos los vinculados a las
organizaciones ecologistas) sobre la base de los siguientes aspectos.
En primer lugar, se destaca su alcance
político, al haber sido firmado por los representantes de 195 países (la
práctica totalidad de los Estados que forman parte de la CMNUCC). Para medir
ese alcance, baste recordar que el “Protocolo de Kioto” sólo fue suscrito por
37 países, que representaban entonces un exiguo 11% del total de las emisiones
de gases GEI, y no lo suscribieron países de la talla de EE.UU., China, Rusia,
Canadá y Japón, ni tampoco la mayor parte de los países en desarrollo.
En segundo
lugar, su importancia radica en que, por primera vez, se reconoce, al más alto
nivel político y con un amplio acuerdo internacional, que el problema del cambio
climático es un hecho evidente y que las elevadas emisiones de gases de efecto
invernadero (GEI) son las principales responsables del aumento de la
temperatura del planeta. Se admite también que esas emisiones no son naturales,
sino provocadas por el alto consumo de combustibles fósiles en los modelos
productivos imperantes. Se cierra así un largo periodo de discrepancias sobre
la realidad del problema del “calentamiento global” y sus causas, al haberse
alcanzado en París un amplio consenso en torno a la evidencia de que el
problema existe y a la necesidad de abordarlo mediante la cooperación
internacional.
En tercer
lugar, la importancia del “Acuerdo de París” estriba en el status de tratado
internacional que tiene. Eso significa que es legalmente vinculante, si bien es
verdad que los mecanismos sancionadores para los países que lo incumplan se han
dejado para un desarrollo posterior. No obstante, en el Acuerdo se establecen
protocolos de supervisión y seguimiento para comprobar cada cinco años su grado
de cumplimiento por parte de los Estados firmantes. En ausencia de sanciones, esto
puede parecer un brindis al sol, pero no lo es, ya que los informes de
seguimiento darán sólidos argumentos a las opiniones públicas nacionales e
internacionales, y a los medios de comunicación, para señalar y criticar a los
países que incumplan sus compromisos, además de su incidencia en las relaciones
entre los Estados. Es una especie de sanción moral, con más efectividad de lo
que pudiera pensarse, en estos tiempos en los que la opinión pública adquiere
una influencia colosal en las sociedades democráticas.
En cuarto
lugar, el Acuerdo fija objetivos concretos, como el de que no suba la
temperatura media del planeta por encima de los 2ºC respecto a la que tenía en la
época preindustrial (mediados del siglo XIX). Los informes de los expertos del
IPCC indican que ya ha subido en torno a 1ºC y que si se continúa con el actual
modelo productivo puede aumentar hasta 3ºC, lo que provocaría la subida del
nivel del mar como consecuencia del deshielo polar, con resultados
catastróficos para el conjunto del planeta. Conscientes de la gravedad del
problema, los firmantes del “Acuerdo de París” han apostado de forma clara por
impulsar modelos de producción menos dependientes de los combustibles fósiles,
con objeto de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). Pero
también han apostado por frenar la deforestación e incluso impulsar una
ampliación de la superficie forestal, dada la importancia de los bosques como sumideros
en la fijación de CO₂ gracias a la función de fotosíntesis que realizan y que sirve para contrarrestar la excesiva concentración de estos gases en la atmósfera.
En quinto
lugar, se reconoce en el Acuerdo que, si bien el problema del cambio climático
afecta al conjunto del planeta, no todos los países tienen la misma responsabilidad
en ello (al emitir distintas cantidades de gases GEI a la atmósfera), ni
tampoco la misma capacidad para reorientar sus modelos productivos al ser diferentes
sus niveles de desarrollo económico. Por eso, se plantea en el Acuerdo la
necesidad de ayudar a los países pobres en la lucha contra el cambio climático,
creándose para ello un fondo económico (fondo verde) dotado con recursos
procedentes de los países más desarrollados. Se establece incluso el compromiso
de dotar ese fondo con 100.000 millones de dólares anuales a partir de la
entrada en vigor del Acuerdo, con posibilidad de que pueda aumentarse y de que
los países emergentes que lo deseen puedan contribuir también al mismo.
En sexto
lugar, otra novedad significativa del “Acuerdo de París” es que afecta a la
práctica totalidad de las fuentes causantes de las emisiones de gases GEI,
incluyendo los modelos de agricultura intensiva de alto consumo de productos
químicos (fertilizantes, pesticidas, herbicidas,…), aunque excluyendo, por
ahora, a la aviación y el transporte marítimo (que sólo representan el 10% de
las emisiones, pero que son los sectores en los que se ha producido un mayor
crecimiento en las dos últimas décadas).
En séptimo
lugar, cabe destacar el compromiso adquirido por los países firmantes del
Acuerdo de presentar “planes nacionales de reducción de emisiones”, algo que ya
hicieron 187 países en la conferencia de París, mostrando así su firme voluntad
de contribuir a la lucha contra el cambio climático. Estos planes, que deberán
ser revisados al alza en los próximos años, incluye compromisos de reducción de
las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), pero también de promover
modelos agrícolas y forestales más extensivos y sostenibles por, como he señalado, las funciones
positivas que realizan en la absorción y captura del carbono presente en la atmósfera.
Conclusiones
Por todo
lo anteriormente expuesto, cabe señalar que el “Acuerdo de París” supone un importante
paso adelante respecto al “Protocolo de Kioto” en la lucha contra el cambio climático,
al plantear objetivos equilibrados para reducir la concentración de gases de
efecto invernadero en la atmósfera, con el horizonte puesto en el año 2050.
Como en todo acuerdo internacional, la valoración puede centrarse en lo
acordado o en lo que queda excluido del acuerdo. Desde mi punto de vista son
más los aspectos positivos de lo aprobado en París, que los que pueden ponerse
en el platillo negativo de la balanza por no haberse ido más lejos en los
compromisos contraídos, tal como critican algunas ONGs que trabajan sobre estos
temas.
Pero hay
que recordar que, en el ámbito de la política (y el “Acuerdo de París” se sitúa
en ese ámbito al ser sus firmantes los gobiernos de los Estados), las decisiones
se toman según la lógica de lo posible (no de lo deseable). Lo acordado en
París es el mínimo común denominador que ha sido posible consensuar entre los
representantes de casi doscientos gobiernos con realidades e intereses muy
distintos en relación a las causas y efectos del cambio climático.
Dada la
complejidad de las negociaciones, se entiende la satisfacción de Laurent
Fabius, ministro francés de Asuntos Exteriores, anfitrión de la COP-21, cuando
al final de la conferencia se felicitaba por haberse alcanzado un acuerdo tan
amplio sobre tantas cosas, aunque reconocía que todavía quedan pendientes
asuntos importantes.
Esperemos que no ocurra lo mismo con el “Acuerdo de
París”, y que pueda entrar en vigor en 2020. Necesitamos que sea así por el
bien de nuestro planeta y de todos los que vivimos en él.