domingo, 22 de abril de 2018


DE   #MÁSTERES   Y   #POLÍTICOS    
Otra    lectura   
(versión ampliada del artículo publicado en el Diario Córdoba el 21/04/2018)      

En memoria de Miguel Manaute,
quien fuera Consejero de Agricultura
de la Junta de Andalucía (1982-1990)
con sólo bachillerato elemental.



Aún recuerdo cuando, al comienzo de los años 1980, no pocos empresarios agrícolas se escandalizaban al ver cómo el presidente de la Junta de Andalucía (Rafael Escuredo) nombraba Consejero de Agricultura a Miguel Manaute, pequeño parcelista de El Arahal (Sevilla), sin estudios superiores que le avalaran.

Se preguntaban ¿cómo era posible que al frente de una Consejería tan significativa para Andalucía se pusiera a una persona iletrada con sólo bachillerato elemental, y no a un ingeniero agrónomo de prestigio? Luego, resultó que Manaute supo rodearse de un excelente equipo de técnicos y funcionarios, ingenieros, sociólogos y economistas, con capacidad más que sobrada para poner las bases de lo que es hoy la Consejería de Agricultura, Pesca y Desarrollo Rural de esta Comunidad Autónoma.

Traigo esto a colación con motivo del debate sobre el falso máster de Cristina Cifuentes y el asunto de los políticos que han “inflado” sus CV, e incluso falseado, en una carrera frenética por no sentirse descalificados ante la opinión pública si no muestran tener una licenciatura o un máster de postgrado. Dado que se ha escrito y hablado lo suficiente sobre ambos asuntos, no es mi propósito abundar más en ello, pero sí analizarlos desde una perspectiva que, en mi opinión, no ha sido tratada, y sobre la que expongo algunas reflexiones.

La "titulitis", como patología

En una sociedad, como la española de hoy, en la que crece el porcentaje de la población que tiene título universitario, es bueno que también lo tengan los que se dedican a la política, reflejando mejor la realidad social que representan. Pero no me parece acertado ni tampoco conveniente magnificar la importancia de los títulos universitarios en la política, ya que eso puede tener efectos perversos.

Está claro que tener un título académico no es garantía de buen político. Pero la realidad es que criticamos cuando se produce el nombramiento de un cargo político que no reúne títulos suficientes, y menospreciamos su experiencia en otras áreas, incluida la de la propia política.

El problema de la “titulitis” entre los políticos puede explicarse por varios factores, de los que me centro en dos de ellos. El primero, de efectos negativos, es la fuerte presión que los políticos reciben de la opinión pública, en el sentido de que si un político no tiene un título universitario, no se le considera capaz de ejercer eficazmente su actividad. Con la extensión generalizada de las licenciaturas, le exigimos incluso tener un máster para poder considerarlo capaz de desarrollar su tarea política. Se da la paradoja de que en una actividad, como la política, en la que no se pide ningún título académico para acceder a ella, es donde estamos ahora exigiendo que los políticos tengan títulos superiores (y a ser posible de postgrado) para recibir reconocimiento social.

Esta presión es uno de los factores que incitan a los políticos a sacarse másteres (y si es con buenas calificaciones, mejor) sin disponer de tiempo suficiente para dedicarle el esfuerzo que eso requiere. Para ello aprovechan las facilidades que ofrecen algunas universidades en los programas de postgrado, más preocupadas por captar alumnos (y hacer caja con el elevado coste de las matrículas), que por el rendimiento, calidad y excelencia del programa.

El otro factor explicativo, éste de carácter positivo, está relacionado con el deseo de aprender y mejorar su formación que muchos políticos sienten cuando ocupan cargos públicos de cierta relevancia y comprueban sus carencias en determinadas materias. Este sentimiento se da sobre todo en personas que desde muy jóvenes están en la política y que, debido a su temprana y plena dedicación a esta actividad, no han completado sus estudios o los han abandonado justo al terminar el bachillerato o en medio de una licenciatura.

En estos casos, resulta loable su afán por mejorar la formación, su inquietud por prepararse mejor para el desempeño de sus tareas políticas. No es criticable, por tanto, que se matriculen en cursos de especialización o másteres de postgrado, siempre que dediquen el esfuerzo y el tiempo que ello les exige. El problema está, como en la situación antes analizada, en que no disponen del tiempo necesario para realizar un estudio universitario de postgrado con la intensidad y dedicación que se les exige a los alumnos, y entonces buscan la fórmula de poder compatibilizarlo con su actividad política, aprovechando su influencia o redes clientelares con el mundo académico y las mencionadas ventajas que ofrecen algunas universidades.

El resultado de todo ello es doble. De un lado, aumenta la degradación de la actividad política, que se ve contaminada por la corrupción en un tema, como éste de la formación, tan sensible a la opinión pública y donde se supone que rigen los criterios del mérito y el esfuerzo. De otro lado, produce una degradación de nuestro sistema universitario, al ofrecer su cara más gris ante la falta de rigor y seriedad de algunas universidades en la concesión de títulos de postgrado por los que cobran elevadas tasas académicas y cuyos requisitos relajan cuando en ellos se matricula algún profesional muy ocupado o un político de cierta relevancia.

Catarsis

La indignación está servida y el daño está ya hecho. Sólo confío en que esto sirva de catarsis en un triple sentido.

En primer lugar, espero que la opinión pública rebaje su presión sobre los políticos respecto a la exigencia de títulos académicos como vía del reconocimiento social para ejercer su actividad, y valoremos más la experiencia y capacidad. Tener un título no es garantía de nada en el ámbito de la política. Se puede ser un excelente político sin tener másteres o títulos de postgrado; basta con saber escuchar la opinión de los expertos y rodearse de un buen equipo técnico en el desempeño de sus responsabilidades públicas, además, por supuesto, de ser capaz de tomar decisiones, que es la principal tarea de un político.

En segundo lugar, confío en que, tras esta catarsis, los políticos no “inflen” sus CV de manera innecesaria, sino que sólo reflejen en ellos sus verdaderos méritos, unos méritos que no tienen por qué estar relacionados con la posesión de un título de máster, sino con las capacidades adquiridas por su experiencia en otras esferas profesionales.

Y en tercer lugar, espero que todo esto sirva para que el sistema universitario ponga orden en sus estudios de postgrado, estableciendo los controles necesarios para garantizar la calidad y la excelencia de unos títulos por los que las universidades cobran elevadas tasas, pero que, en no pocos casos, dejan mucho que desear.

6 comentarios:

  1. Como siempre dando en el clavo en un tema de rabiosa actualidad que nos ha indignado a los que el título nos costó grandes esfuerzos y sacrificios y hemos visto como otros los han obtenido poniendo la cara de políticos de la facción dominante

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  2. Gracias Eduardo.No me retraso como con el de Agricultura que tras comentarlo al parecer no me lo admitió.
    En este caso has pichado en "hueso".Y es que concibo que las Administraciones Públicas como LABORATORIOS encasacada
    Centra,Autonómica y Mcpal,y por supuesto acoplados a los 3 sectores(Primario,Secundario y Terciario.Si hoy se pide ser "profesional"para cualquier puesto,en mayor grado lo debe ser para quienes damos el voto y los impuestos para que nos administren y consigan el "bienestar social".Esa autoridad ymedios que la sociedad civil ponemos en sus manos debe tra ducirse enque cada Ministerio se convierta como el respecti vo laborario que investigue y proporcione el respectivo uti llaje ymedios que cada Autonomía debe administrar en coordi nación con la 3ªfase Municipal para llegar hasta el último ciudadano que para éllo da su voto.
    Elcambio y su evolución tecnológica son imparables.La Ley de Partidos no exige estudio alguno para ser político.En la enseñanza no hay asignaturas humanísticas,ni la "políti ca.., y el sector primario..ese mundo rural es primario en
    todo..Huyen..se venden pueblos..Se pasean los lobos.
    Las "cabezas"deben ser expertos,y el personal con estudios y contrato laboral como todo trabajador.La automatización deviene ya en la robotización y tiempos libres..en los que todos podrán especializarse aún más.A los"2 poderes-dinero y política-la sociedad civil seles va a echar encima harta de corrupción y desigualdad.

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  3. Eduardo, gracias, pues me hiciste plantearme dos consideraciones. Una es sobre la verdad; otra, confundir la realidad con el deseo.
    Lo primero y verdad es, que, para ser político, no se requiere estar o no estar aprobado. Porque lo que a un político se debe exigir y éste debe ofrecer es "PROBIDAD", nada que ver con "APROBAR". En ese punto sucede lo que con la "titulitis", que no es patología ni es síntoma, sino enfermedad. Un político que MIENTE - y eso es no decir verdad con ánimo de engaño - no tiene derecho a ejercer la profesión de político. Incluso ni ninguna otra decente. Si no es honrado porque miente, ni con títulos ni sin títulos nos sirve, ni servirá a la "polis". Solo la verdad genera confianza, y en la confianza está el origen de todas las realizaciones humanas válidas: comercio, dinero, convivencia, espacio público, educación, la comunicación y el lenguaje, democracia, etc.
    Y la segunda consideración es que la Universidad ha servido para definir y abordar la distinción entre deseo y realidad. La Universidad es el último de los gremios y, como tal gremio, valida el ejercicio de las 'profesiones' consideradas nobles. Sus títulos valen porque son una habilitación, una licencia, un salvoconducto, sobre todo, MORAL. Da fe, y además está contrastada, certificada, probada, públicamente atestiguada.
    Negar a la Universidad esa función de 'dar por cierta' la capacitación de alguien frente a intrusos, falsificadores, ignorantes, delincuentes u okupas, es hacer válidos amoralmente a los mentirosos.
    Y hay que hacer ver que la “titulitis” lo que hace es negar, poniendo en cuestión, el valor de la "universidad" y su universalidad. Quienes buscan títulos esotéricos, sea en "el Rastro" o El Corte Inglés, sea en la Universidad de Konchamamma, fuera de control, falsificados o trucados buscan justificar la amoralidad. Descalificando así a la Universidad - en lo que estamos ante quienes sin la debida auctoritas signan títulos sin firma válida - validamos la delincuencia. Es como dar por buena la falsa moneda, es un mal placebo en lugar de honesta medicina, es terrorismo antisocial.
    No sin sorpresas quizá veamos en breve, ante la modificación del espectro laboral y social, quién y cómo va a contratar, a encargar, a atribuir o a pagar por hacer algo, si las condiciones las fijan políticos mentirosos y amorales. Como siempre, no es el huevo, que es el fuero. Y si un médico o un arquitecto no se 'eligen' por opiniones mayoritarias en plaza pública, no es menor el peligro de elegirlos por una APP de la TV o por un comité 'ad hoc' de expertos 'señalados' a propósito.
    ¡Y pensar que "máster" viene de "maestro", tan parecido a pedagogo o diplomado EGB!

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  4. Acertado artículo. A la gran mayoría de nuestros políticos le sobran la mayor parte de los Títulos, producto de la "Titulitis". Por supuesto, mucho más los falsos, producto del engaño, corrupción o cambio de favores. Pocos consiguen el más necesario de todos y ese solamente se lo podemos dar los ciudadanos, el Título de "Honrado y Buen Gestor".

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  5. Una vez más te envio mis felicitaciones por la claridad con la que pones en evidencia un fenómeno de la "Titulitis" y su bribona articulación con la profesionalidad, en este caso de responsables políticos, pero no es el único. Lo útil es que nos ha enviado a ponernos, al menos un momento, frente al espejo. Sin duda ha removido las membranas del sistema universitario pero no se si lo suficiente para acometer los cambios que precisa esta institución.

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