SEMANA SANTA EN ANDALUCIA
Una lectura sociológica
La
Semana Santa es un acontecimiento importante en muchas ciudades españolas. En
Andalucía adquiere una relevancia aún mayor, como se ha puesto de manifiesto,
una vez más, en esta pasada semana. Dada su importancia, algunos antropólogos califican
la Semana Santa andaluza de “hecho social total”, término acuñado hace casi un
siglo por el francés Marcel Mauss para denominar ciertos acontecimientos
singulares donde confluyen no sólo dimensiones religiosas, sino también
culturales, económicas, políticas y sociales.
La singularidad de la Semana
Santa es percibida con claridad por la opinión pública andaluza, que la
consideran la expresión cultural más significativa de Andalucía. En el
Barómetro Andaluz de Cultura (2012), más del 70% de los andaluces opinan que la
Semana Santa es un “hecho cultural”, y el 60% que es la expresión cultural más
característica de Andalucía.
La
Semana Santa moviliza a toda la
población, tanto a los que participan activamente en ella, como a los que son sólo
meros observadores o incluso a los que se manifiestan de manera crítica.
Asimismo, la Semana Santa es un evento en el que se ven implicadas las
instituciones públicas de cada localidad, con independencia de la ideología
política del gobierno municipal, al autorizar, con más o menos convicción, la
ocupación del espacio público por los desfiles procesionales, modificando las
ordenanzas en materia de ruido, tráfico, limpieza, saneamiento, recogida de
residuos,
En definitiva, como “hecho social total”, la Semana Santa andaluza a
pocos deja indiferente, aunque tenga distintos significados para cada persona o
grupo de la sociedad local, como también ocurre con otras celebraciones de
semejante naturaleza (las Fallas de Valencia, los Sanfermines pamplonicas o las
fiestas levantinas de Moros y Cristianos).
Diversos significados sociales
En
la Semana Santa andaluza, pueden distinguirse diversas categorías de individuos respecto
a este acontecimiento. Una primera categoría estaría formada por los “sujetos
activos”, es decir, por los que tienen un protagonismo visible en ella por el
hecho de formar parte activa de las asociaciones que la componen (hermanos
mayores de las hermandades, cofrades, miembros de los cabildos, bastoneros,
costaleros,…). También forman parte de esa categoría las personas que colaboran de manera directa en los diversos actos religiosos que tienen lugar
en torno a la Semana Santa (ya sea ayudando en la preparación de las imágenes,
ya sea acompañándolas en los desfiles procesionales, ya sea asistiendo a los
cultos en las iglesias,…)
La
segunda categoría sería la de los “observadores”. Estaría formada por aquellas personas que, de forma pasiva, se limitan a
ser meros espectadores de los eventos que tienen lugar durante esos días, sin pertenecer
a ninguna asociación ni participar directamente en dichos eventos (aquí se
incluirían también muchos visitantes foráneos que se acercan esos días a los pueblos andaluces
para presenciar los desfiles procesionales).
Una
tercera categoría estaría constituida por aquellos vecinos que se muestran “indiferentes
y/o críticos” con la Semana Santa y
que, en algunos casos, incluso aprovechan esos días de ocio para salir del
pueblo y dedicarlos a otros menesteres. Algunos son críticos porque, desde una
determinada visión del hecho religioso, consideran que el modo festivo y jocoso
como se celebra la Semana Santa en muchos pueblos andaluces, no es el más
adecuado desde el punto de vista de la moral cristiana. Otros, sin embargo, la
critican desde una perspectiva diferente, al entender que es una forma abusiva de
ocupar el espacio público, y que, en opinión de estos grupos, no debería ser
tolerada en un Estado aconfesional como el nuestro. En esta misma línea, hay vecinos
que son también críticos con la Semana Santa al sentirse incómodos con una
celebración que, desde su punto de vista, consagra el predominio de valores
(machismo, fetichismo, religiosidad exacerbada,…) difícilmente justificables en
una sociedad, como la española, donde lo religioso está cada vez más instalado
en el ámbito de lo privado.
Además,
no puede ignorarse que, alrededor de la Semana Santa, hay una cuarta categoría
de personas cuya presencia está relacionada con la intensa actividad económica
que se desarrolla en torno a ese acontecimiento (bandas de música, trabajos de
imaginería, fabricación de rostrillos, mantenimiento de ropas y atributos de
las figuras bíblicas, arreglo y restauración de imágenes, servicio de cocina y catering para la organización de los
actos de hermandad,…)
Fuente de identidad cultural
Debido
al declive de las clásicas concepciones “esencialista” y “estructural” de la
identidad, se va asentando cada vez más la idea de que la identidad de los individuos en la
sociedad contemporánea no es única ni estable, sino múltiple, fragmentada y en
permanente transformación. Según esta idea, los individuos conviven con
diversas identidades, que son inestables y que son fruto del inevitable proceso
de adaptación a los distintos contextos con los que tenemos que enfrentarnos en
el día a día (en el mundo del trabajo, los negocios, la política, la familia, los amigos,…).
En
ese contexto de identidades múltiples, fragmentadas e inestables, la Semana
Santa constituye para los andaluces un importante escenario de reafirmación de
la identidad afectiva, es decir, de la identidad basada en los sentimientos y
las emociones. Es un referente a través del cual muchas personas, más allá de
su adscripción ideológica o creencias religiosas, se sienten, aunque sólo sea en esas fechas, parte del grupo, o incluso
de la comunidad en la que viven, tal como ocurre en otros acontecimientos
andaluces de naturaleza similar (Romería del Rocío, Carnavales de Cádiz o
algunas ferias y fiestas locales). Al igual que en esos otros eventos, en la
Semana Santa andaluza se fortalece un nosotros
grupal (comunitario), en el que confluyen tanto la dimensión familiar, como
la dimensión semilocal (barrio) y la de amistad y fraternidad.
Cabe
preguntarse por qué la reafirmación de esa dimensión afectiva de la identidad cultural
andaluza se produce sobre todo en torno a la Semana Santa. Como han señalado
algunos estudiosos de la Semana Santa andaluza (Moreno Navarro, Agudo,
Rodríguez Becerra,…), todo esto ha sido posible gracias al singular proceso de
secularización de lo religioso que se ha dado en Andalucía. Este proceso explica
que, a diferencia de lo ocurrido en otras regiones españolas, no hayan
desaparecido en Andalucía los rituales populares asociados a las imágenes
religiosas, sino todo lo contrario. Se ha
producido incluso una reactivación de dichos rituales, trascendiendo el
ámbito de las devociones privadas y procurando marcar su autonomía respecto a
la autoridad eclesiástica en una sociedad cada vez más secularizada como la
actual.
De
hecho, en Andalucía, estos símbolos religiosos siguen estando muy presentes
todos los días del año en ambientes seculares o incluso laicos (como bares,
restaurantes, comercios, tiendas, despachos profesionales, club deportivos,
gestorías,…) en forma de cuadros y fotografías de cristos y vírgenes, así como
de carteles de semana santa, de calendarios cofradieros, de participaciones de
lotería de las diversas corporaciones bíblicas y cofradías, y, más
recientemente, de vídeos, páginas web y blogs en Internet.
Esto
no suele ocurrir con otros eventos en una gran mayoría de las localidades
andaluzas. A ello contribuyen, sin duda, factores tales como los siguientes: el carácter festivo-primaveral de la Semana Santa (conmemorando la Pasión, pero celebrando la alegría de la Resurrección); el
potencial emotivo que tiene la religiosidad y la fe religiosa en la conciencia
de la gente (con sus variantes y diversidad de significados); la exaltación de la
hermandad a través de los rituales típicos de la Semana Santa; el culto del
comensalismo que impregna las reuniones que se celebran esos días, y, sobre
todo, el escrupuloso respeto de las tradiciones (nuevas y viejas) que convierten
esos rituales en una exacta repetición anual de hechos y comportamientos
sociales.
Gracias
a ese conjunto de factores, la Semana Santa se mantiene hoy muy presente en la
sociedad andaluza, habiéndose incorporado a la vida cotidiana de muchos andaluces
sin que eso les haya impedido avanzar en los valores típicos de la modernidad
(individualismo, privacidad, secularización, laicidad, libertad religiosa,
universalismo, ciudadanía,…). Tradición y modernidad coexisten en torno a la
Semana Santa, debido al citado proceso de secularización de lo religioso, pero
también gracias al entorno de sociabilidad y cercanía que se produce en muchos
pueblos andaluces en estos días. En ese contexto, el yo individual se integra,
como he señalado, en un nosotros grupal que
contribuye a llenar el vacío creciente de la vida moderna apelando a los lazos
de la tradición, los sentimientos y las emociones.
La
funcionalidad y utilidad de esas prácticas y rituales tradicionales para
afrontar los avatares de la vida moderna, es lo que explica el relevo
generacional que tiene lugar en la Semana Santa andaluza. De hecho, se ha
producido en los últimos años un importante aumento del número de jóvenes en
las cofradías, hermandades y corporaciones, compatibilizando muchos de ellos su
moderno rol profesional (global y cosmopolita) con el deseo de mantener vivos
sus orígenes (locales) y de construir un relato identitario propio que le
permita conservar el sentimiento de pertenencia a sus grupos primarios (amigos,
familia). Puede verse en ello el afán por conservar una especie de “hilo de la memoria”
(Danièle Hervieu-Lèger) que les vincula con sus raíces locales y con las
generaciones anteriores.
Tradición y modernidad
La
Semana Santa de Andalucía es, en definitiva, un “hecho social total” que
trasciende su dimensión religiosa y cultural y que afecta a todos los ámbitos
de la sociedad andaluza (se participe o no en ella). Como tal, es un
acontecimiento que está sometido a los cambios propios del entorno donde se
desarrolla, impregnándose de nuevas percepciones y expectativas y de nuevos
comportamientos por parte de la población. Su extensión a nuevos grupos
sociales es, sin duda, una muestra de su pujanza, pero supone también la
incorporación de elementos nuevos de expresividad (en las imágenes, en la
música, en el vestuario, en los itinerarios,…) y de nuevas formas de
participación (como la presencia cada vez mayor de las mujeres como sujetos no
pasivos, sino activos de la Semana Santa).
Asimismo,
esos cambios reafirman la autonomía de las hermandades, cofradías y
corporaciones respecto a las autoridades eclesiásticas, provocando no pocas
tensiones a la hora de determinar el rumbo de la Semana Santa y de marcar las
pautas estéticas que la rigen. Además, la creciente secularización de la
sociedad andaluza hace que los eventos asociados a la Semana Santa ya no sean
vistos como una expresión exclusiva, genuina e intocable de la religiosidad
popular andaluza, y tampoco se acepta que, por ese carácter de exclusividad, deba impregnar a
todas las instituciones sociales (sean o no religiosas). Tales eventos están
cada vez más sometidos al escrutinio de la opinión pública en función de los
efectos que tienen sobre el funcionamiento de la vida cotidiana en nuestras
ciudades durante esos días, lo que es fuente de tensiones a la hora de
distinguir entre el espacio público y el espacio privado.
Todos
esos cambios rompen con las pautas tradicionales de la Semana Santa, la hacen
más plural y menos exclusivista, pero la enriquecen de otro modo, no siempre al
gusto de todos. Es en esa tensión entre tradición/modernidad, entre
secularización/religiosidad, donde debe enmarcarse hoy la Semana Santa de Andalucía.
De esa tensión extrae sus principales energías, pero también surgen de ella
elementos que hacen más compleja su gestión.
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