miércoles, 14 de marzo de 2018


LA  ENCÍCLICA   #LAUDATO  SI’   
SOBRE   ECOLOGÍA   INTEGRAL   

A los cinco años del acceso al pontificado, la encíclica Laudato si’ del Papa Francisco destaca como uno de los textos más relevantes de su papado. Se publicó en mayo de 2015, meses antes de la firma del Acuerdo de París sobre el Clima, con una clara intención de influir en esta cumbre internacional que acabó sustituyendo el Protocolo de Kioto (vigente desde 1997).

Es una encíclica de inspiración franciscana que comienza con la expresión Laudato si’ (Alabado seas mi señor,…), frase con la que se inicia el bello “Cántico de las criaturas” de San Francisco de Asís. En ella el Papa Francisco señala cómo el santo de Asís, en su hermoso cántico, nos habla de nuestra hermana tierra, “que nos sustenta y gobierna, y que produce diversos frutos con coloridas flores y hierbas”.

La importancia de la Laudato si’ en la creciente preocupación por el medio ambiente radica en cuatro aspectos: i) su resonancia en la comunidad católica de creyentes; ii) su vocación de universalidad (al ser una apelación al conjunto de los ciudadanos, sean o no católicos); iii) su contribución a la conciencia ambiental, y iv) la articulación de su contenido temático en torno a un discurso ecológico integral.

Su resonancia y vocación de universalidad

Respecto a su resonancia, es obvia la importancia que tienen las encíclicas papales, dada la amplitud de la comunidad católica de creyentes (la primera más grande del mundo, con casi 1.300 millones de fieles, según datos del Anuario Pontificio de 2017, que equivalen al 17,7% de la población mundial). Su influyente red capilar extendida por los millares de parroquias que existen por todo el mundo, así como de los centros de enseñanza católica y de las diversas entidades asistenciales dependientes de la Iglesia, la convierte en una potente fuerza de concienciación social.

Así ocurrió con la Rerum Novarum (1891) de León XIII y la Quadragesimo Anno (1931) de Pío XI (que tuvieron un efecto relevante en la participación social y política de los católicos impulsando la creación de la democracia cristiana y los movimientos de acción católica). También, con la Pacem in Terri (1963) de Juan XXII (que impulsó el apoyo de la Iglesia al cambio democrático en países de regímenes dictatoriales) y la Populorum Progressio (1967) de Pablo VI (que supuso el reconocimiento de los problemas de la pobreza como efecto del modelo de desarrollo económico y la implicación de los católicos en la lucha contra las causas del subdesarrollo).

Pero, a diferencia de otras encíclicas, destinadas en exclusiva a la comunidad de creyentes, la Laudato si’ no se dirige sólo a los católicos, sino que su finalidad es promover el diálogo entre creyentes y no creyentes en torno a los temas relacionados con la protección y conservación del medio ambiente, radicando ahí su singularidad.

De hecho, en sus primeras líneas el Papa Francisco señala que es necesario entrar “en diálogo con todos sobre nuestra casa común”, y recuerda también cómo otras iglesias y comunidades cristianas, así como otras religiones, han “desarrollado una profunda preocupación y una valiosa reflexión sobre el tema de la ecología”.

Su contribución a la conciencia ambiental

Otra particularidad de la encíclica Laudato si’ es que, a diferencia de los informes científicos (centrados en aspectos parciales o sectoriales), aborda el tema ecológico de un modo integral. Es decir, hace referencia no sólo a su dimensión afectiva (sentimiento de identificación con los problemas ambientales), sino también a sus dimensiones cognitiva (conocimiento) y activa (conducta) y a todo lo relacionado con las políticas públicas.

La dimensión afectiva de la conciencia ambiental se observa ya en los primeros párrafos de la Encíclica cuando señala que nuestra “hermana tierra clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella”.

Añade el Papa Francisco que “hemos crecido pensando que somos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla”, y que hemos olvidado que “nosotros mismos somos tierra, y que nuestro propio cuerpo está constituido por los elementos del planeta: el aire, que nos da el aliento, y el agua, que nos vivifica y restaura”.

En este bello preámbulo, la Encíclica apela a los sentimientos de identificación de todos los seres humanos con la naturaleza, y manifiesta su preocupación por el deterioro y expolio que sufren los recursos naturales del planeta, generando una relación de empatía y orientando las conductas de los ciudadanos hacia un uso racional y sostenible.

Pero la encíclica aporta también información para que la conciencia ambiental se desarrolle sobre bases científicas y objetivas. En ella, el Papa Francisco asume los descubrimientos científicos más recientes en materia ambiental, y los desarrolla en varias secciones. En ellas, no sólo trata de los problemas que suelen llamarse “macro-ecológicos” (cambio climático, capa de ozono, deforestación,…), sino también de los micro-ecológicos (gestión del agua, incendios forestales, residuos sólidos, abandono de los campos,…).

El Papa Francisco se sitúa claramente del lado de los avances científicos que reconocen el problema del cambio climático.  El eco que este posicionamiento puede tener dentro de la comunidad católica es de una importancia extraordinaria, ya que da argumentos sólidos a los creyentes para salir al paso de los que “niegan” la evidencia del calentamiento global. Además, exhorta a los pastores de la Iglesia a concienciar a la comunidad de fieles en el sentimiento y preocupación por los problemas ambientales, haciéndolos partícipes del "cuidado de la casa común” de la que habla el Papa Francisco y que es el subtítulo de la Laudato si’.

Asimismo, la Encíclica denuncia la falta de utilidad de las políticas públicas debido a la prioridad que se le suele conceder a los intereses económicos, y apela a la ciudadanía para que exija de los gobernantes políticas más eficaces en los temas ambientales. En este sentido, el Papa Francisco reflexiona sobre el modelo tecnológico imperante, reconociendo que, si bien la tecnología contribuye a la mejora de las condiciones de vida, da “a quienes tienen el conocimiento, y sobre todo el poder económico de utilizarlo, un dominio impresionante sobre el conjunto de la humanidad y del planeta entero”.

Por ello, denuncia las lógicas del dominio tecnocrático por cuanto son las que, en su opinión, llevan a destruir la naturaleza y a explotar a las personas y las poblaciones más débiles. Señala, además, que “el paradigma tecnocrático tiende a ejercer también su dominio sobre la economía y la política” impidiéndonos reconocer que el “mercado por sí mismo no garantiza el desarrollo humano integral ni la inclusión social”.

Todas esas reflexiones convergen en el reconocimiento de que en nuestra época hay un exceso de antropocentrismo, en la medida en que el “ser humano ya no reconoce su posición justa respecto al mundo, asumiendo una postura autorreferencial, centrada exclusivamente en sí mismo y en su poder”. De ahí, según la Encíclica, se derivaría una lógica de “usar y tirar”, que justifica todo tipo de “descarte” (sea éste humano o ambiental) y que trata al otro y a la naturaleza como un simple objeto, conduciendo a otras formas de dominio.

Esta lógica deriva, en opinión del Papa Francisco, a problemas tales como la explotación infantil, el abandono de los ancianos o el reducir a otros a la esclavitud. Además, conduce a sobrevalorar las capacidades del mercado para autorregularse o a practicar la trata de seres humanos y el comercio de pieles de animales en peligro de extinción, “diamantes ensangrentados” o materias primas de gran valor para los países ricos.

En esa misma línea, el Papa Francisco denuncia la “concentración de tierras productivas en manos de pocos” o el acaparamiento de tierras con fines especulativos en Africa por parte de grandes inversores o incluso de las grandes potencias (land grabbing), pensando en concreto en los pequeños campesinos de los países en vía de desarrollo.

Su contribución a la Ecología integral

El núcleo de la Encíclica es, en definitiva, su apuesta por una Ecología Integral como nuevo paradigma de justicia, una ecología que “incorpore el lugar peculiar del ser humano en este mundo y sus relaciones con la realidad que le rodea”.

Para el Papa Francisco hay un vínculo entre los asuntos ambientales y las cuestiones sociales, por lo que “el análisis de los problemas ambientales es inseparable del análisis de los contextos humanos, familiares, laborales, urbanos,…”. “No hay dos crisis separadas: una, ambiental, y otra social”, señala, “sino una única y compleja crisis socioambiental”.

Para el Papa Francisco, la “Ecología Integral” debe tener efectos en la vida cotidiana y los hábitos de comportamiento de los ciudadanos. En el capítulo V de la Encíclica se afronta la pregunta de qué podemos hacer, ya que, como dice el Papa, “los análisis no bastan, sino que se requiere propuestas de diálogo y acción que involucren tanto a cada uno de nosotros, como a la política internacional, para que nos ayuden a salir de la espiral de autodestrucción en la que nos estamos sumergiendo”.

No obstante, plantea que la construcción de caminos no se puede afrontar de manera sectaria, superficial o reduccionista, siendo indispensable el diálogo. Por ello, plantea la necesidad de contar con nuevos sistemas de gobernanza global para toda la “gama de los llamados bienes comunes globales”, ya que, en su opinión, “la protección ambiental no puede asegurarse sólo en base al cálculo financiero de costes y beneficios”. El medio ambiente, afirma, es “uno de esos bienes que los mecanismos del mercado no son capaces de defender o de promover adecuadamente”.

Finalmente, pone énfasis en la educación y la formación como base para afrontar lo que el Papa Francisco llama la “conversión ecológica” apelando al papel de la escuela, la familia, los medios de comunicación, la catequesis,… en esa necesaria conversión".

La conclusión es, como ya lo planteó en su exhortación Evangelii Gaudium (2013), “apostar por otro estilo de vida”, que abra la posibilidad de “ejercer una sana presión sobre quienes detentan el poder político, económico y social”. Por ello, apuesta por impulsar cambios en los hábitos y comportamientos cotidianos, desde la reducción del consumo de agua a la separación de residuos o el ahorro energético en los hogares.

“Una ecología integral, dice, también está hecha de simples gestos cotidianos donde rompemos la lógica de la violencia, del aprovechamiento o del egoísmo”. En este sentido señala que “la sobriedad que se vive con libertad y conciencia, es liberadora” y aboga por lo que ahora se denomina “economía circular”, como antítesis de la economía del descarte y del consumismo sin límites y del despilfarro, que ha dominado nuestras vidas en el último siglo, situándose en sintonía con los movimientos slow-slow tan extendidos hoy en día.

Potencialidades y limitaciones

En este tipo de documentos que se sustentan en una base moral, cabe siempre preguntarse sobre sus potencialidades y limitaciones. Tal como ha ocurrido con las encíclicas ya mencionadas, no hemos de infravalorar su potencial, dada la gran amplitud y extensión de la comunidad católica. De hecho, la amplia red de entidades vinculadas a la Iglesia católica constituye un formidable tejido de concienciación social a través del cual los principios y argumentos de la encíclica Laudato si’ en pro de la defensa y protección del medio ambiente pueden extenderse removiendo conciencias y orientando las acciones ciudadanas tanto a nivel individual como colectivo.

Sin embargo, a pesar del potencial que encierra, son evidentes las limitaciones de la Laudato si’, y más en asuntos que tienen que ver con el modelo económico dominante, un modelo cuya lógica se fundamenta en la búsqueda del beneficio individual, y en el hecho de que para lograrlo no le importa expoliar sin freno los recursos naturales.

De ahí que las limitaciones de la Laudato si’ son innegables, ya que la lógica del modelo económico capitalista está interiorizada en el conjunto de los ciudadanos y se impone en las acciones de los gobiernos como una lógica inexorable que no podría modificarse a riesgo de generar problemas de falta de crecimiento económico y de provocar desempleo.

No obstante, en un momento como el actual en que son los grandes actores del propio sistema económico los que comienzan a tomar conciencia de los límites del actual modelo de desarrollo y de sus efectos perniciosos sobre el medio ambiente, una encíclica como la Laudato si’ tiene un gran potencial como soporte moral de los gobernantes, así como elemento activador de la conciencia ciudadana e impulsor de cambios en las actitudes y comportamiento de la población.