ANTE LAS ELECCIONES EUROPEAS
(Reflexiones en el Día de Europa)
Como viene siendo habitual desde la Cumbre de Milán
(1985), el día 9 de mayo se celebra el “Día de Europa”. Con ello la UE quiere
conmemorar la llamada “Declaración Schuman”, realizada por el ministro francés
de Asuntos Exteriores, Robert Schuman, en un discurso pronunciado ese día de
mayo de 1950 en el Salón del Reloj del Quai
d’Orsai de París.
En ese discurso, el político francés proponía la creación de una alta autoridad común para gestionar la producción franco-alemana de carbón y acero, proyecto que, hecho realidad un año más tarde, significaría la constitución de la CECA, el primer pilar de las Comunidades Europeas.
En ese discurso, el político francés proponía la creación de una alta autoridad común para gestionar la producción franco-alemana de carbón y acero, proyecto que, hecho realidad un año más tarde, significaría la constitución de la CECA, el primer pilar de las Comunidades Europeas.
Ese es el significado de una conmemoración que, a
pesar de su indudable relevancia para el proyecto de construcción de la UE, suele
pasar bastante desapercibida entre la ciudadanía europea. Los medios de
comunicación apenas le dedican algún espacio, los gobiernos de los EE.MM.
apenas se ocupan de ello, y la Comisión Europea se limita a organizar algunos
actos de escasa repercusión. Algún evento aislado, como la entrega este mismo
día 9 de mayo de los premios Carlos V en Yuste, suelen ser más la excepción que
la regla.
Es, por tanto, un día que contribuye poco a la
construcción de esa identidad europea de la que carece aún la UE a pesar de los
esfuerzos que se vienen haciendo a través de algunos símbolos, como el himno (tomado
de la Oda a Alegría de la IX Sinfonía de Beethoven) y la bandera (azul con doce
estrellas amarillas), o de algunas acciones de indudable éxito como el Programa
Erasmus.
Tampoco la moneda común (el “euro”) se percibe como un símbolo de la identidad europea por cuanto no circula por todos los países de la UE y es incluso cuestionada por determinados sectores, especialmente a raíz de la crisis económica y financiera de los últimos diez años.
Tampoco la moneda común (el “euro”) se percibe como un símbolo de la identidad europea por cuanto no circula por todos los países de la UE y es incluso cuestionada por determinados sectores, especialmente a raíz de la crisis económica y financiera de los últimos diez años.
Y es por eso, que, desde ciertos círculos de
opinión, se viene reivindicando, con escaso éxito por ahora, que el día 9 de mayo sea
declarado “fiesta europea” para así destacar la relevancia de la UE y ayudar a
que esté cada vez más presente y sea interiorizada en el imaginario colectivo
de los europeos.
Las elecciones
decisivas del 26 de mayo
Este año, la conmemoración del Día de Europa ha coincidido con la reunión del Consejo Europeo en Sibiu (Rumanía) y tiene
lugar en la antesala de unas elecciones al Parlamento europeo (PE) de gran
importancia, que tendrán lugar el próximo domingo 26 de mayo, coincidiendo, en España, con
las municipales y las autonómicas.
Y son importantes las elecciones europeas por dos razones: la primera porque el PE ha ido asumiendo nuevas competencias y adquiriendo un fuerte protagonismo en la política de la UE, y la segunda por la amenaza que representa el avance de organizaciones populistas de diverso signo que cuestionan la propia existencia de la Unión.
Y son importantes las elecciones europeas por dos razones: la primera porque el PE ha ido asumiendo nuevas competencias y adquiriendo un fuerte protagonismo en la política de la UE, y la segunda por la amenaza que representa el avance de organizaciones populistas de diverso signo que cuestionan la propia existencia de la Unión.
Respecto al protagonismo del PE, es cierto que, si
bien no es todavía un auténtico poder legislativo (ya que comparte esa competencia
con el Consejo), sí se va asemejando cada vez más a una cámara parlamentaria,
con capacidad para aprobar el presupuesto común de la UE y nombrar al
presidente de la Comisión Europea (el órgano que encarna el poder ejecutivo de
la Unión), además de ejercer las tareas de control de las diversas
instituciones europeas. Es por ello que las elecciones europeas serán decisivas
para la composición del PE y la orientación política de un órgano como éste cada vez más relevante en la UE.
En lo que se refiere al empuje del populismo, las
elecciones del próximo 26 de mayo se presentan ante un escenario donde por
primera vez en la historia de la UE existe la amenaza cierta de que unos partidos
populistas que manifiestan sin ambages su intención de socavar los cimientos de
la UE, obtengan una cantidad suficiente de escaños en el PE como para condicionar la política europea.
El objetivo de estos partidos populistas no es
avanzar en el proyecto de integración europea, sino bloquearlo para retornar a
las esencias nacionalistas. Confían más en la soberanía de cada Estado,
que en la gobernanza supranacional de la UE, para hacer frente a los grandes
desafíos que tenemos por delante en este primer cuarto del siglo XXI (cambio
climático, cohesión social, seguridad interior, defensa exterior, integración económica, revolución digital, robótica, gestión
de los flujos migratorios,…)
Es el populista un discurso de mensajes simples (con propuestas fáciles para problemas complejos) y emocionales (dirigidos al corazón, activando los miedos al futuro, mitificando el pasado, manipulando la historia, provocando reacciones victimistas frente a imaginarias amenazas internas o externas,...). Con el populismo convergen, además, en una peligrosa pinza, los nacionalismos excluyentes que con fuerza han emergido en algunas regiones y que amenazan la integración territorial europea.
El discurso populista contrasta con el más racional discurso europeísta (síntesis de lo mejor de las tradiciones socialdemócrata, liberal y democristiana) sobre el que se ha construido la UE, radicando ahí, en su racionalidad, la dificultad que tiene el europeísmo para neutralizar al populismo por la vía de los argumentos y el debate.
Es el populista un discurso de mensajes simples (con propuestas fáciles para problemas complejos) y emocionales (dirigidos al corazón, activando los miedos al futuro, mitificando el pasado, manipulando la historia, provocando reacciones victimistas frente a imaginarias amenazas internas o externas,...). Con el populismo convergen, además, en una peligrosa pinza, los nacionalismos excluyentes que con fuerza han emergido en algunas regiones y que amenazan la integración territorial europea.
El discurso populista contrasta con el más racional discurso europeísta (síntesis de lo mejor de las tradiciones socialdemócrata, liberal y democristiana) sobre el que se ha construido la UE, radicando ahí, en su racionalidad, la dificultad que tiene el europeísmo para neutralizar al populismo por la vía de los argumentos y el debate.
La UE, un
proyecto complejo, siempre en construcción
Esa dificultad se debe también al hecho de que, desde sus inicios, la UE ha sido un proyecto
siempre en construcción, nunca acabado, ni en lo que se refiere a sus fronteras
(abiertas a la adhesión de nuevos paises) ni en relación a sus políticas (impregnadas
de una vocación integradora sin límites).
Es por eso que la UE, al construirse a partir de
Estados previamente constituidos y con identidades nacionales muy arraigadas,
es un proyecto que tiene que legitimarse por sus obras, por sus resultados, tal
como son percibidos por la ciudadanía. Nunca un francés, un italiano o un
alemán, por poner tres ejemplos, se cuestiona la existencia de su respectivo
Estado-nación, mientras que los europeos siempre nos estamos cuestionando la
existencia de la UE.
Ello explica los cambios que se producen en el estado
de ánimo de los europeos respecto a la UE y en el apoyo que manifiestan en las
distintas ediciones del Eurobarómetro. Después de estar bajo mínimos en los
momentos peores de la crisis económica, se han recuperado ahora hasta alcanzar
porcentajes de apoyo similares a los de antes de 2008. En el Eurobarómetro de
otoño de 2018, sólo un 21% de los europeos valora negativamente la existencia
de la UE, mientras que diez años antes (2008, en plena crisis económica) esa
valoración era la inversa.
No obstante, el apoyo de la ciudadanía a la UE es siempre
un apoyo crítico y condicionado a la eficacia de sus políticas, por lo que las
autoridades europeas tienen que esmerarse por explicar bien las acciones que emprenden desde las instituciones de la UE y el limitante escenario
presupuestario en el que se desarrollan.
Porque no debemos olvidar que, salvo
las políticas comunes (la agraria y pesquera, y la de cohesión, que disponen de
un reducido presupuesto en torno al 0,7% del PIB de la UE), el resto de políticas (asuntos
exteriores, defensa, medio ambiente, educación, migración, salud…) no son
comunes, sino resultado de la cooperación entre los distintos gobiernos. En estas politicas aún no comunes rige la lógica de los intereses nacionales, una lógica que debe ir siendo sustituida por otra europea si se quiere avanzar en el proceso de integración.
Incluso en las citadas políticas comunes, el papel de los gobiernos de los EE.MM. es decisivo a través de los ministros del correspondiente área, reunidos en el Consejo, al igual que también es decisivo el papel del Parlamento europeo. De ahí la importancia que tienen las elecciones nacionales de cada país, y las europeas del próximo 26-M en la configuración de la UE.
Incluso en las citadas políticas comunes, el papel de los gobiernos de los EE.MM. es decisivo a través de los ministros del correspondiente área, reunidos en el Consejo, al igual que también es decisivo el papel del Parlamento europeo. De ahí la importancia que tienen las elecciones nacionales de cada país, y las europeas del próximo 26-M en la configuración de la UE.
La UE es un sistema político singular, que no puede
juzgarse con los criterios que habitualmente utilizamos para juzgar otros
sistemas políticos de ámbito nacional. No es una federación de estados, tampoco
una confederación, aunque tiene rasgos de ambos modelos; tiene mucho de
cooperación intergubernamental, y también mucho de cooperación entre las
distintas instancias que conforman la UE.
Y todo ello en un contexto como el de la UE en el que
prima más la búsqueda del consenso que la confrontación, lo que hace que, a
veces, se demore demasiado el logro de acuerdos. Es también un sistema basado
en la cultura de la concertación con los distintos sectores y grupos de la
sociedad civil.
Todo esto es, sin duda, una de las fortalezas de la UE, pero exige también un elevado nivel de participación y de capacidad para estar a la altura de lo que se negocia en los numerosos comités consultivos que impregna el tejido europeo. Seguir avanzando en la construcción europea es un gran desafío, que exige esfuerzo y responsabilidad, pero también mucho compromiso.
El próximo 26 de mayo los europeos tendrán, por tanto, ocasión de demostrarlo votando en unas elecciones de una enorme importancia para el futuro de la UE. En ellas se dirime entre seguir avanzando en el proceso de integración o retroceder a posiciones nacionalistas que tanto daño han causado a Europa y que pensábamos superadas, pero que el populismo y el nacionalismo excluyente ponen de nuevo ante los ojos de los europeos.
Todo esto es, sin duda, una de las fortalezas de la UE, pero exige también un elevado nivel de participación y de capacidad para estar a la altura de lo que se negocia en los numerosos comités consultivos que impregna el tejido europeo. Seguir avanzando en la construcción europea es un gran desafío, que exige esfuerzo y responsabilidad, pero también mucho compromiso.
El próximo 26 de mayo los europeos tendrán, por tanto, ocasión de demostrarlo votando en unas elecciones de una enorme importancia para el futuro de la UE. En ellas se dirime entre seguir avanzando en el proceso de integración o retroceder a posiciones nacionalistas que tanto daño han causado a Europa y que pensábamos superadas, pero que el populismo y el nacionalismo excluyente ponen de nuevo ante los ojos de los europeos.