SOBRE EL SALARIO MINIMO INTERPROFESIONAL
Y EL COMPLEMENTO SALARIAL GARANTIZADO
(actualizado a 2 de diciembre de 2016)
El pasado mes de noviembre el pleno del Congreso de los Diputados aprobó (con el apoyo de PSOE, Podemos y nacionalistas) la tramitación de una proposición de ley para subir el SMI (salario mínimo
interprofesional), desde los actuales 655,20 euros mensuales hasta 800 euros
en 2018 y a 1.000 euros al final de la legislatura. Es decir, un aumento del 40% en cuatro años.
Dadas las discrepancias entre los grupos políticos respecto a este tema, la proposición tendrá que seguir un largo y complicado proceso de presentación de enmiendas en la correspondiente comisión parlamentaria, que ocupará todo el año próximo.
Mientras tanto, y a la espera de lo que pueda suceder en la tramitación parlamentaria de la citada proposición de ley, el PP y el PSOE han acordado una subida más moderada del SMI, aumentándolo un 8% para 2017, lo que lo situaría en 707,6 euros mensuales.
Dadas las discrepancias entre los grupos políticos respecto a este tema, la proposición tendrá que seguir un largo y complicado proceso de presentación de enmiendas en la correspondiente comisión parlamentaria, que ocupará todo el año próximo.
Mientras tanto, y a la espera de lo que pueda suceder en la tramitación parlamentaria de la citada proposición de ley, el PP y el PSOE han acordado una subida más moderada del SMI, aumentándolo un 8% para 2017, lo que lo situaría en 707,6 euros mensuales.
Los
que apoyan la fuerte subida del 40% en el SMI consideran que contribuirá a disminuir la desigualdad, aumentar el
consumo, activar la economía y, de paso, incrementar el volumen de las
cotizaciones a la Seguridad Social. Por el contrario, los que la rechazan, señalan que la economía
española no puede soportar una subida de tal magnitud, ya que repercutiría en los
costes laborales de las empresas y le haría disminuir su competitividad.
Más
allá del tema concreto de la subida del SMI y ante la evidencia de que, debido
a los bajos salarios, estar hoy empleado no siempre asegura a los trabajadores
unas condiciones dignas de vida, la proposición de ley es una buena oportunidad para abrir
un debate sobre la conveniencia de introducir en nuestro país sistemas de
protección que garanticen una renta mínima a los ciudadanos para así reducir la
pobreza y la desigualdad.
No
pretendo en este breve artículo abordar en su totalidad un tema tan complejo
como éste, sino sólo centrarme en un aspecto del mismo, que, por cierto, se viene aplicando desde hace años en
algunos países europeos y en los Estados Unidos. Me refiero a la
posibilidad de conceder, con cargo a los presupuestos generales del Estado, un
complemento salarial a las personas cuyos salarios estén por debajo de un
determinado nivel, abonándose justo en el momento de la declaración del IRPF, como una especie de "impuesto negativo de la renta". El análisis de otras fórmulas más extensivas de protección social, como la “renta básica” (dirigida
a todos los ciudadanos, estén o no trabajando), las dejo para otra ocasión.
El
debate es interesante, ya que combina, al menos, tres cuestiones: los costes
laborales de las empresas; el poder adquisitivo de los trabajadores cuyos ingresos
proceden de los salarios, y la financiación del sistema de pensiones. Para profundizar
en ello, cabe hacer algunas observaciones.
En
primer lugar, parece claro que, actualmente, mientras no cambie su modelo
productivo (y eso lleva su tiempo), la mayor parte de la economía española sólo es competitiva reduciendo
los costes laborales de las empresas. Y no sólo en sectores, como el
agro-alimentario y el turístico, que se basan en la contratación de mano de
obra muy poco cualificada, sino también en sectores escasamente cualificados de
la manufactura y bienes de equipo. Esto es una evidencia que no sólo afecta a
la economía española, sino que cabe extender a otras economías europeas, en las
que se han implantado “minijobs” cuyos salarios apenas superan los 500 euros
mensuales.
Se
podría responder a esto diciendo que la competitividad de las empresas no sólo
depende de los costes laborales, sino de otros tipos de costes (energéticos, de
producción, financieros, organizativos, comerciales,…) incluyendo los beneficios empresariales,
y que habría que actuar también sobre éstos y no sólo sobre los salarios (eso es lo que opina, por ejemplo,
algunos empresarios, como Antonio Catalán, de la cadena hotelera AC by Marriot).
Sin
embargo, es un hecho que, tras la reforma laboral, la asimetría de las
relaciones laborales en el seno de las empresas (sobre todo, en las pequeñas y medianas) se ha visto acentuada por la reducción del papel de los
sindicatos y la negociación colectiva, debilitándose, hasta situaciones
inimaginables hace unos años, la posición de los trabajadores en el actual
escenario de deregulación y alto nivel de paro. Eso explica que, en ese
contexto, la decisión de reducir (o no aumentar) los salarios sea mucho más
tentadora para las empresas que controlar los beneficios, siendo aquélla la
estrategia elegida con más frecuencia, lo que no quiere decir que sea la más
adecuada a medio plazo.
Por
eso, no son pocos los expertos que opinan que, si bien es necesario subir el
SMI, no es conveniente hacerlo hasta un nivel tan elevado, como el que se propone
en la citada proposición de ley, ya que eso provocaría que muchas empresas
recurran a la contratación parcial/temporal o incluso al despido de
trabajadores (dado lo mucho que la reforma laboral ha abaratado las
indemnizaciones). Añaden, además, que, en la realidad actual de nuestro mercado
laboral, muchos trabajadores son remunerados por debajo del SMI, sobre todo en
pequeñas empresas que no están reguladas por convenio, por lo que la subida
tendría un efecto menor del esperado.
En
segundo lugar, cabe señalar que el poder adquisitivo de las familias no sólo
depende de los ingresos salariales, sino de otros ingresos, sean directos (intereses
del capital mobiliario, pensiones, subsidios varios, ayudas agrícolas,…) o sean
indirectos (prestación de los servicios de educación y sanidad, costes
subvencionados del servicio de transporte,…). Por tanto, una persona que gane un
salario bajo puede tener unas condiciones de vida dignas y mantener su poder
adquisitivo, siempre que reciba ingresos de otras fuentes de renta
(directas/indirectas, públicas/privadas). De ahí cabe deducir que el poder
adquisitivo no depende exclusivamente del salario, y que una subida del SMI, siendo necesaria, no es el
único factor que influye en ello.
En
tercer lugar, y respecto al tema de la financiación del sistema de pensiones, puede
señalarse que, si bien se basa actualmente en las cotizaciones asociadas a los
salarios, no tiene por qué ser así. Puede haber otras fórmulas, como
financiarlo parcialmente mediante impuestos (es decir, con cargo a los Presupuestos
Generales del Estado), algo que ya ha sugerido el propio gobierno en la
comisión parlamentaria del Pacto de Toledo reunida el pasado miércoles 23 de
noviembre al afirmar su disposición a asumir algunas pensiones (viudedad y
orfandad) o los 9.200 millones de la llamada “tarifa plana” de reducción de
cotizaciones. Lo
que parece claro es que por mucho que crezca la economía española y de la
manera que lo está haciendo (con contratos temporales y bajos salarios), el
sistema de pensiones tendrá que financiarse con un mix de cotizaciones e impuestos. Por eso, si bien la incidencia de
una subida del SMI en la recaudación de la Seguridad Social es evidente, sus
efectos en la sostenibilidad del sistema de pensiones no lo son tanto.
Todo
lo anterior hace que se plantee cada vez más la cuestión de si no ha llegado ya el
momento de complementar las rentas de las personas cuyos salarios anuales estén
por debajo de un cierto nivel de referencia (por ejemplo, 12.000 euros). Esto
significaría que los trabajadores que ingresen menos de esa cantidad recibirían
un complemento de renta hasta alcanzar dicho umbral. De ese modo, los trabajadores con bajos ingresos salariales tendrían asegurado un nivel mínimo de ingresos anuales para disponer de poder
de compra y garantizar su poder adquisitivo.
Como
he señalado, éste no es un sistema de “renta básica universal” (según la cual
los beneficiarios son la totalidad de los ciudadanos con independencia de sus
ingresos), sino un complemento salarial garantizado, que se activaría sólo
cuando el nivel de ingresos salariales esté por debajo de ese umbral. Hoy,
tener trabajo no es garantía de escapar del riesgo de pobreza y exclusión, por
lo que sistemas como éste, dirigidos a complementar la renta de determinados
grupos de personas empleadas, pero con salarios bajos, podrían ser de gran
utilidad. Es un sistema que, como ya he indicado, se aplica con resultados satisfactorios en algunos países de nuestro entorno económico (por ejemplo, en los EE.UU.,
bajo el nombre de “Earned Income Tax Credit”).
Propuestas
de este tipo o similares parece abrirse paso en la agenda política. Con algunas
diferencias, y con diversos nombres, hay propuestas de este tenor en el
programa electoral de la mayor parte de los partidos políticos (ingreso mínimo
vital en el PSOE, renta básica en Podemos, impuesto negativo en Cs,…). Incluso
en el pacto PP-Cs, y en el que anteriormente firmó Cs y PSOE, hay una propuesta muy similar al complemento salarial
garantizado.
Además, ya hay estimaciones sobre cuánto podría costar una
propuesta como ésta (oscilan en torno a los 10.000 millones de euros anuales,
es decir, el 1% de nuestro PIB) y no parece que esté fuera del alcance de las
posibilidades de una economía como la nuestra, siempre que, obviamente, haya
una reforma fiscal que aumente la recaudación y se persiga con eficiencia el
fraude aumentando la dotación de los inspectores de hacienda.
En
opinión de los defensores de este sistema, el complemento salarial garantizado sería una fórmula que, sin poner en riesgo la competitividad de las
empresas españolas (ya que no elevaría los costes laborales), aseguraría un
nivel de renta suficiente para dinamizar el poder de compra de los trabajadores
empleados. Junto con las ayudas no contributivas nacionales o autonómicas
(renta mínima de inserción, renta garantizada,…), consideran que esta fórmula tendría
efectos positivos en la economía y la cohesión social.
Señalan, en definitiva, que más que una fuerte subida del SMI que podría tener efectos no
deseados en nuestra economía y que no beneficiaría al conjunto de los
trabajadores, parece más útil introducir un sistema que, con cargo al
presupuesto público, complemente la renta de las personas cuyos salarios estén por
debajo de un cierto nivel de referencia. Merece la pena el debate.