domingo, 18 de diciembre de 2016

EL  BOOM  DEL  RUNNING   

En los años 1960 y 1970, fue el cross country (o “campo a través”, con el palentino Mariano Haro como estrella española). Luego, cuando esta práctica deportiva pasó a los parques y calles de las ciudades, se extendió el uso del término footing y, más tarde, el de jogging. Ahora es #running el término que utilizamos para denominar lo que es simplemente “correr”. 

“¡Corre Forrest… corre!” y Forrest Gump no paraba de correr. Tras él, por efecto imitación, una hilera de corredores le seguían sin saber muy bien por qué lo hacían. Yo llevo cincuenta años corriendo sin parar, desde que comencé a practicar el cross allá por mediados de los años 1960, y aún sigo disfrutando de un deporte que me apasiona.

Hace unos días un amigo, también corredor, pero de maratones y carreras populares, me preguntaba, en un programa de radio, cuáles eran las razones que, desde el punto de vista del sociólogo, explicarían el boom del running. Las improvisé en esa conversación radiofónica, y ahora, algo más organizadas, las comparto en mi blog.

Los especialistas deportivos dirían que, mientras el jogging hace referencia a correr a trote (a ritmo lento) sin afán competitivo, el running implica un mayor ritmo de carrera y una cierta preparación física. Sin embargo, a los efectos de este breve texto, no haré distinción entre ambas palabras. Simplemente usaré de un modo general el término running para calificar de un modo genérico la práctica de correr por las calles y los parques de las ciudades.

Un deporte libre e individual, aunque también gregario

Correr quizá sea, junto con el montañismo, una de las prácticas deportivas más libres e individualistas que existen. Uno puede correr cuando y donde quiera, sin depender de nadie para hacerlo, como ocurre, por el contrario, con los deportes de equipo. Se puede correr de noche, al amanecer, de día, por la tarde, con lluvia o con un sol de justicia. Uno puede correr por las calles de una ciudad, en un parque, por una carretera, por un camino rural.

Correr es sinónimo de libertad. Cualquier sitio es bueno. Basta ponerse unas zapatillas apropiadas (no tienen que ser caras) y un atuendo deportivo adecuado (pantalón y camiseta de esas usadas que uno guarda en el armario). El coste económico es mínimo, a diferencia de otros deportes, que exigen un desembolso económico considerable. 

Pero también es un deporte que, si uno lo desea, puede practicarlo en grupo. No hay reglas para ello. Por eso, es también un deporte gregario, que no es lo mismo que de equipo. Uno se integra libremente en un grupo de corredores sin que ello le obligue a nada. Puede incluso integrarse en una multitud en las carreras populares sin perder la individualidad, ya que uno corre a su ritmo sin preocuparse de lo que hagan los demás. Es sólo el placer de sentirse acompañado corriendo por las calles de la ciudad.

Un deporte sano, natural, solidario y no competitivo

Correr es la práctica deportiva más natural. No exige aprendizaje alguno, ya que sólo tenemos que utilizar las capacidades que nos ha dado la naturaleza desde que el ser humano perseguía a los animales para cazarlos o huía de los depredadores. Por eso, iniciarse en el running es lo más fácil del mundo, sólo se necesita voluntad.

Basta con unos buenos ejercicios de precalentamiento y de postcarrera para poder practicarlo sin riesgo de lesión. Si uno dosifica el esfuerzo en función de sus capacidades físicas, y no se lo toma de manera obsesiva, el running es un deporte sano y saludable, tanto física como mentalmente. Ayuda a cuidar nuestro cuerpo, relaja nuestra mente, nos hace autodisciplinados (la constancia es condición para una buena práctica del running) y mejora nuestra autoestima al comprobar que somos capaces de alcanzar retos, siempre que éstos sean razonables.

Es, además, un deporte natural, en el sentido de que se practica por escenarios que no exigen construcciones artificiales para ello (ni estadios, ni pistas, ni piscinas cubiertas, ni canchas,…). Los corredores agradecemos si en un parque se habilita algún circuito para correr, pero no es necesario. El contacto con la naturaleza forma parte del running: la brisa del mar, el aire fresco de la mañana, el paisaje de un atardecer, una puesta de sol,… son elementos que pueden ser disfrutados mientras se corre.

Aparte de los pocos runners que participan en las carreras populares con el objetivo de lograr algún trofeo, la práctica del running no es competitiva. Uno no corre para vencer a los demás, sino para lograr un reto personal (llegar a la meta, bajar una marca,…) y disfrutar del mero hecho de correr, lo que no significa que no haya sufrimiento. Entre el dolor y el placer hay una línea muy fina de separación, y los runners saben muy bien a lo que me refiero.

Salvo para los que compiten hasta jugando a las canicas, la ausencia de competitividad es lo que convierte al running en un deporte solidario, ya que no ves al otro como un competidor, sino como un compañero que se plantea el mismo reto que tú (llegar a la meta).

Un deporte popular, universal y de intercambio cultural

El running es también un deporte muy popular, que no discrimina a nadie. Los niños, los jóvenes, los mayores y hasta los abuelos, pueden practicarlo según las capacidades de cada uno. Todo es cuestión de saber dónde están nuestros propios límites. Hasta personas con alguna discapacidad pueden incluso practicarlo ayudándose de algún artificio (sillas de ruedas o similares), como puede observarse en la participación de discapacitados físicos en las carreras populares.

Al ser un deporte fácilmente imitable (el ejemplo de Forrest Gump) se ha convertido en una práctica universal que se extiende por todo el mundo. Uno puede encontrarse con corredores en plenas calles de tu ciudad practicando running, sin tener necesidad de acudir a ninguna cancha o estadio deportivo para contemplarlo. Eso, junto con la facilidad de su práctica, provoca un efecto de imitación (si ése puede correr, por qué yo no), lo que explica su universalización. En cualquier parte del mundo puedes ver gente corriendo, y unirte a ellos como si tal cosa.

Ese carácter universal del running lo convierte en un deporte donde se puede combinar la práctica deportiva y el turismo. Al participar en las miles de carreras populares que se celebran cada año en los lugares más recónditos del mundo, los corredores conocen nuevas ciudades mientras practican el running por sus calles, y cuando finaliza la carrera aprovechan para visitar la ciudad con sus acompañantes (amigos o familiares).

Además de que no hay edad para practicarlo, un hecho importante es que ha posibilitado la masiva incorporación de las mujeres a la actividad deportiva. Hace tres décadas, era raro encontrar, al menos en España, mujeres que practicaran deporte, y mucho menos en el atletismo. Eran, por supuesto, auténticas  excepciones. En el cross country, recuerdo como un caso excepcional el de la aragonesa Carmen Valero, campeona del mundo en 1976 y 1977.

Pero gracias al boom de las carreras populares, la participación de las mujeres ha ido creciendo de forma exponencial, y hoy se las puede ver como algo normal en cualquier maratón o media maratón de las que se celebran en nuestro país. Además, el running quizá sea el único deporte en el que hombres y mujeres pueden participar conjuntamente, sin división sexual alguna. Al no ser un deporte competitivo, la diferencia de sexo no es un factor que discrimine. Es más, la práctica del running por las mujeres suele arrastrar a su pareja, y suele ser habitual que hombres y mujeres lo practiquen conjuntamente.

Un deporte transgresor y festivo

A pesar de su simpleza, el #running es un deporte transgresor, en el sentido de que rompe con las reglas habituales de la vida cotidiana. Al ponerse las zapatillas de correr, colocarse el pantalón corto, el maillot y la camiseta, el corredor se libera de la rigidez de su vida laboral, se quita la chaqueta y la corbata, y durante una hora se lanza a una experiencia de liberación y superación personal.

Es una experiencia en la que, a modo de psicoterapia, el corredor hace un alto en el camino, abandona el ordenador, desconecta las llamadas del teléfono móvil, reflexiona sin prisa sobre su vida o simplemente se deja llevar disfrutando del momento, dejándose atrapar por el canto de unos pájaros, por el silencio del entorno, por la lluvia o la nieve que cae sobre el terreno que pisa, o por la música que escucha en su dispositivo de audio.

En las carreras populares, la transgresión es aún mayor. Por un día, los #runners toman las calles de la ciudad y relegan a un segundo plano el dominio implacable del automóvil. El carácter festivo de algunas carreras populares (como la San Silvestre del día 31 de diciembre) es incluso una oportunidad para que los corredores se disfracen con las indumentarias más variopintas, llevando la transgresión hasta su máximo nivel.

En definitiva, el boom del running se debe a muchos factores, cada uno de ellos importante en alguna medida. En este breve texto sólo he expuesto algunos de ellos, dejando fuera del análisis la influencia que puede estar teniendo la inversión en publicidad de las marcas deportivas, ya que, en mi opinión, influye no sólo en el running, sino en todos los deportes.

Creo que es un deporte que está aquí para quedarse, dada su facilidad para practicarlo, su bajo coste económico, el efecto imitación que produce y su adaptación a las necesidades de expansión y esparcimiento que tiene la población en las modernas sociedades urbanas. Sólo se necesitan unas zapatillas (no necesariamente caras), un atuendo sencillo para correr, un buen ejercicio de precalentamiento, unos retos asequibles (en cuanto a distancia y ritmo de carrera) y seguir los consejos de los fisioterapeutas (los mejores amigos del #runner).

Ah, por cierto, y cuando el cuerpo no aguante los esfuerzos del running (pues llegará un día en que nuestro cuerpo diga ¡basta!), nos pasamos al footing, que consiste simplemente en "andar rápido" y que es también un ejercicio de lo más saludable.

jueves, 8 de diciembre de 2016

¿REFORMAR   LA  CONSTITUCIÓN?   

Desde hace varios años, se viene hablando de reformar nuestra Constitución para adaptarla a la realidad de una sociedad como la española que ha experimentado un fuerte proceso de cambio en las cuatro décadas transcurridas desde su aprobación en 1978. 

Es un debate que suele intensificarse en los actos conmemorativos anuales del 6 de diciembre, pero que está más presente en los dirigentes políticos, que en las preocupaciones de la ciudadanía, más interesada en cómo salir de la crisis económica y en afrontar las dificultades del día a día.

Todos los partidos políticos admiten que hay cuestiones pendientes que justificarían una reforma constitucional. Temas como el de la sucesión en la Corona (la actual Constitución proclama la prioridad del varón sobre la mujer), la integración de España en la Unión Europea (que no está recogida en el texto constitucional al haberse producido con posterioridad a 1978), la estructura territorial (regulada de forma poco eficiente en el Título VIII) o la protección de derechos sociales (como sanidad, educación y dependencia, que no están suficientemente garantizados), son algunos de los temas que se esgrimen para justificar la reforma de nuestra Constitución.

Obviamente, la carta constitucional es un texto que puede ser modificado (ya lo ha sido en dos ocasiones), y en su Título X se establece el procedimiento a seguir para reformarlo. Muchos países han reformado su Constitución, como los EE.UU., que, en sus más de doscientos años de vida, han introducido veintisiete enmiendas (la última en 1991); Alemania ha reformado la suya de 1949 en varias ocasiones (la última en 2006 para modificar el reparto de competencias entre el gobierno central y los gobiernos regionales de los Länder). No tiene, por tanto, nada de extraño que se plantee la reforma de la nuestra.

Sin embargo, en España, desde La Pepa de 1812, se tiene una larga (y trágica) historia constitucional, en la que han brillado más las derogaciones y cambios violentos de nuestras Constituciones, que las reformas consensuadas. La falta de amplios acuerdos políticos ha conducido a que nuestras cartas constitucionales hayan sido derogadas, antes que reformadas, propiciando con ello cambios de régimen político.

Es por eso que, en nuestro país, se trata con bastante cautela el tema de la reforma de una Constitución como la de 1978, que ha dado lugar a un largo periodo de cuarenta años de estabilidad política. Es tal esa cautela, que el citado título X establece un procedimiento bastante complicado para ello, exigiendo amplias y reforzadas mayorías tanto en el Congreso, como en el Senado. Exige también su aprobación por referéndum si la reforma afecta a determinadas partes del texto constitucional (por ejemplo, al Título Preliminar sobre Principios Fundamentales; al capítulo 2 del Título Primero sobre Derechos Fundamentales y Libertades Públicas; o a todo el Titulo Segundo, sobre la Corona).

Por ese motivo, se dice, y con razón, que para reformar la Constitución se necesita que exista un amplio consenso político, y que, si ese consenso no se da, es mejor no abordarla. El ejemplo reciente de Italia es significativo. Plantear, como ha hecho el ya exprimer ministro Matteo Renzi, una reforma constitucional y someterla a referéndum sin tener el apoyo suficiente, es un acto político del máximo riesgo. Por esta razón, se comprende que Rajoy, como presidente de gobierno, se niegue a abrir el tema de la reforma constitucional si no percibe que haya un gran acuerdo sobre lo que se quiere reformar.

No obstante, cabe preguntarse si existe en España el consenso suficiente para abordar la reforma de la actual Constitución. No lo parece. Todos los partidos coinciden en la conveniencia de modificarla, pero no hay coincidencia en lo que se quiere reformar.

El PP y Cs hablan de introducir mínimas reformas que no alteren el cuerpo central del texto constitucional y que no precisen de un referéndum de aprobación (reforma exprés). El PSOE plantea reformas parciales en algunos artículos, y la modificación del título VIII para sancionar un modelo federal de organización territorial. A la luz de esas posiciones, podría pensarse que habría posibilidad de un consenso entre esos tres partidos, pero la situación es más compleja de lo que parece.

Unidos Podemos no habla de reformar la Constitución, sino de derogarla para abrir un proceso constituyente que dé lugar a un texto completamente nuevo al aprobado en 1978. Si Unidos Podemos fuera un partido marginal en la escena política española, los demás partidos podrían plantear sin ningún riesgo una reforma constitucional de calado que atraiga un amplio apoyo político y social, similar al que obtuvo la actual Constitución.

Pero Unidos Podemos no es marginal, sino que tiene una presencia importante en la vida política (con más de cinco millones de votos en las pasadas elecciones) y una fuerte capacidad de movilización social. Además, con sus 71 diputados, puede exigir un referéndum para cualquier reforma por pequeña que sea. Recordemos que el art. 167.3 establece que todo proyecto de reforma, incluso aunque sólo afecte a una parte del texto constitucional que no requiera un referéndum de aprobación, tendría que ser sometido a refrendo popular si así lo solicita la décima parte de los miembros de cualquiera de las dos Cámaras, y Unidos Podemos disponen del número necesario de diputados en el Congreso para ejercer esa prerrogativa.

Por eso, al igual que se dice que, sin el PP, no es posible reformar la Constitución, dada su mayoría absoluta en el Senado, cabe decir también que, sin el apoyo de Podemos, habría un riesgo elevado de que la reforma fuera rechazada por la población en referéndum, lo que, si ocurriera, generaría una grave crisis política. Dadas las pretensiones de Unidos Podemos de abrir un proceso constituyente que ni PP, PSOE y Cs ven necesario, y dada su negativa a abordar reformas parciales, no parece que se den las condiciones para afrontar con garantía de éxito la modificación de nuestra Carta Magna.

Además, la reforma de la Constitución no es, hoy, algo perentorio. A diferencia de lo ocurrido en 1978, cuando era urgente disponer de un texto constitucional para llenar el vacío del proceso de reforma política y avanzar en el camino hacia la democracia, ahora esa urgencia no existe. Puede que sea necesario reformar la Constitución, pero lo que está claro es que no hay urgencia en hacerlo, y que se puede esperar a encontrar el momento adecuado y a lograr el amplio consenso que ello exige.

No parece que la actual legislatura (polarizada, sin mayorías claras, con algunos partidos sometidos a complicados procesos de reestructuración interna) y la persistencia de una grave crisis económica aún sin resolver, sean el momento propicio para abordar la reforma del texto constitucional.

Pero no reformar la Constitución no debe ser sinónimo de parálisis política. Los temas ya mencionados, y que, sin duda, justifican la reforma de nuestra Constitución pueden ser gestionados mientras tanto por la vía legislativa o por una acción eficaz del gobierno.

El tema territorial, por ejemplo, podría clarificarse utilizando el potencial que encierra el actual articulado de la Constitución (en concreto, del art. 149), y el tema catalán podría desatascarse con una reforma del modelo de financiación y con una política de gestos, de buen entendimiento y de cooperación, que quite presión y vaya minando la base de apoyo que tiene hoy la opción secesionista.

En lo que se refiere a los derechos sociales, no parece que se hayan visto socavados por no estar suficientemente protegidos en nuestra Constitución, sino más bien como consecuencia de los recortes ocasionados por la crisis económica que sufre nuestro país desde 2007. Por su parte, los temas europeos se han gestionado razonablemente bien desde 1986 sin necesidad de reformar la Constitución, y podría seguir siendo así. Finalmente, el tema del orden sucesorio en la Corona, puede esperar, dada la circunstancia de que el rey Felipe VI no tiene varón en su descendencia

En definitiva, reformar la Constitución es algo necesario, pero no es urgente. Si no se cuenta con un amplio consenso, y no parece que exista por ahora dada la polarización existente en nuestra vida política, sería mejor dejar la reforma para otro momento más propicio.


Mientras tanto, es necesario que el gobierno y los partidos de la oposición se esmeren en sacar adelante una complicada legislatura, construyendo puentes que permitan recuperar la cultura del consenso y el diálogo para asegurar la gobernabilidad de nuestro país. Sólo así se podrán crear las condiciones adecuadas para abordar la reforma de nuestra Constitución.