EL JORNALERO GLOBAL
(texto publicado en el Anuario del Diario Córdoba, febrero 2016)
El jornalero formaba parte del paisaje rural de
nuestro país y era asociado a una Andalucía pobre, atrasada y mísera. Si había
un modo abyecto de explotación laboral, ése era el que se producía con los
jornaleros, sin derechos, esperando en la plaza del pueblo a que viniera el
“aperaor” de la finca y decidiera a quien contratar ese día.
Muchos de ellos hicieron las maletas en los años 60
y se largaron a otros lugares para iniciar un nuevo proyecto de vida. Cataluña,
Madrid, Alemania, Francia, Suiza, vieron aparecer emigrantes andaluces que
habían dejado el pasado jornalero en sus pueblos y que se integraban en
mercados laborales, mejor regulados, aunque más exigentes. Supieron adaptarse, reconstruyeron
sus vidas y recuperaron su dignidad y autoestima.
A la altura del siglo XXI, retorna la figura del
jornalero, ya no circunscrita al sector agrario, sino extendida a todos los
sectores de la economía. La precarización del empleo es moneda común, y los
trabajadores temporales (por días, incluso por horas) se extienden por el
paisaje económico como nuevos jornaleros que han visto reducidos hasta el
extremo sus derechos laborales. La última EPA señala cómo del más del medio
millón de empleos creados en el año 2015, los temporales fueron 335.000, lo que
sitúa la tasa de temporalidad a final de ese año en el 25,6% (un cuarto de los
ocupados tienen contrato temporal). Respecto al número total de contratos
firmados en 2015 (18,6 millones) el 92% fueron temporales, y una cuarta parte
de la contratación lo fue por menos de una semana.
La práctica desaparición de los sindicatos como
actores intermedios en muchos sectores de actividad, hace que la relación laboral
entre trabajadores y empresarios sea hoy una relación individualizada, muy
similar a la que tenía el antiguo jornalero agrícola con el “aperaor” o el
patrón de la finca. La plaza del pueblo como lugar de contratación es hoy sustituida
por el WhatsApp, la página web o el twitter; y la función de “aperaor” la
desempeña una ETT o un amigo o conocido que facilita el contacto para ser
contratado durante algunas horas para atender la demanda laboral en una empresa
o negocio.
Lo paradójico de la nueva situación es que, gracias
a las conquistas sociales de los sindicatos del campo y al miedo de los propietarios
a las revueltas campesinas y a la amenaza siempre presente de la reforma
agraria, son los asalariados agrícolas un colectivo mejor protegido hoy en sus
derechos laborales, que los nuevos jornaleros del siglo XXI. La regulación de
la jornada laboral, la legalidad de los contratos, la retribución salarial
según convenio, el plus de peligrosidad, el tiempo de descanso, las ayudas por
desplazamiento,… son elementos que, salvo en casos puntuales de contratación fraudulenta que afectan al colectivo de los inmigrantes, forman ya parte del trabajo asalariado en la
agricultura, pero que están ausentes en el trabajo desempeñado por muchos de
estos nuevos jornaleros en otros sectores laborales.
El retorno del jornalero en la mayoría de los
sectores económicos se extiende a muchos jóvenes, incluso con títulos
superiores, que ven su futuro lleno de incertidumbre y con escasas expectativas
de construir un proyecto de vida digno. Como hicieron en los años 60 una gran
mayoría de los jornaleros agrícolas, muchos de los nuevos jornaleros de hoy
buscan también salida en la emigración a otros países, donde algunos encuentran
buenas oportunidades profesionales, pero donde otros lo que hallan es un
panorama de precariedad muy similar al de aquí.
Como contribución de la cultura mediterránea a la
fase de capitalismo global, la figura del jornalero se extiende así a escala
europea, con contratos de trabajo tipo minijobs que no permiten ni siquiera
alcanzar la tan añorada categoría de “mileurista”. Es una fase de mercados
abiertos en la que el sector empresarial, apoyado por los gobiernos, opta por competir
por la vía de los bajos salarios y la máxima flexibilidad laboral. Parece no importarles
que, con una población en condiciones tan precarias y sin suficiente capacidad
adquisitiva, no es posible construir un sistema económico, como el capitalista,
basado, hay que recordarlo, en el consumo.
Eurostat señala que el riesgo de pobreza en los
trabajadores precarios ha pasado del 18,7% en 2013 al 22,9% en 2014, siendo un
fenómeno extendido al conjunto de la UE. En el caso español, una de cada ocho
personas con empleo está por debajo del umbral de la pobreza y el riesgo de
exclusión (con ingresos inferiores a 663 euros mensuales) alcanza ya a un
tercio de la población. Tener empleo en esas condiciones tan precarias, no garantiza
salir de la pobreza.
Quizá se ha hecho tan global la economía, que las
grandes empresas europeas piensan que su rentabilidad ya no depende de los
consumidores de su entorno regional o nacional, sino del amplio mercado de los
países emergentes, y les preocupa poco la situación económica de sus
conciudadanos. Pero eso es tan volátil, que una simple caída del precio del
petróleo lo complica todo, como estamos viendo en estos últimos meses con la recesión
brasileña o con los desajustes de la economía china.
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