SOBRE EL SINDICALISMO
Mañana comienza el 42 Congreso
de la UGT que, entre otras cosas, relevará en su puesto de Secretario General a
Cándido Méndez tras más de veinte años al frente de la dirección del sindicato.
Más de 600 delegados, representando a 9 federaciones sectoriales y 19 uniones
territoriales, y a casi un millón de afiliados, elegirán a una nueva comisión
ejecutiva y definirán las líneas estratégicas de la UGT para los próximos años.
Con motivo de ese acontecimiento, me permito compartir unas reflexiones sobre el
sindicalismo.
Una democracia no puede funcionar
sin una sociedad civil autónoma y bien organizada, que actúe como contrapeso a
los poderes institucionales (legislativo, ejecutivo y judicial). La existencia
de grupos organizados de intereses en los distintos ámbitos de la vida
económica y social, es un elemento fundamental para que los ciudadanos puedan
tener voz en las decisiones de los poderes públicos, más allá de ejercer el
derecho de voto cada cuatro años.
En una economía de mercado,
donde, junto a la libertad e iniciativa individual, se reflejan las
desigualdades económicas y sociales, el sindicalismo desempeña una función
esencial al representar los intereses de los grupos vinculados al mundo
laboral. Sin los sindicatos, los trabajadores sólo tendrían, en el ejercicio de
sus derechos, el amparo de leyes y normativas laborales en cuya aplicación
práctica también se reflejan, como se comprueba día a día, las desigualdades
existentes.
Así ha sido a lo largo de los últimos
cien años en todas las democracias occidentales, y así lo reconocimos en España
cuando iniciamos la transición democrática a finales de los años 70. Nadie entonces
ponía en duda el papel positivo de los sindicatos, y todos valoramos su
aportación a la consolidación del sistema democrático en nuestro país.
Dirigentes sindicales como Marcelino Camacho o Nicolás Redondo forman parte del
paisaje de la historia de la democracia española por su indiscutible
contribución a poner las bases de nuestro sistema de libertades.
Hoy, por el contrario, no es
fácil encontrar voces favorables al
sindicalismo. Es habitual declararse cuando menos asindicalista o manifestarse en contra de los sindicatos, a los que
se les atribuye todo tipo de perversiones (corrupción, clientelismo, nepotismo,
corporativismo,…) y se les hace responsables del desaguisado en que nos hemos
metido como país. Pocos se atreven a dar en público una opinión favorable a los
sindicatos; ni siquiera se atreven los propios sindicalistas, que, ante la ola
antisindical, reculan y guardan silencio ante la avalancha de improperios que
reciben.
Sin embargo, ante la grave crisis
económica, y ante las duras reformas que afectan sobre todo al mundo laboral,
nunca han sido más necesarios que ahora los sindicatos. Son necesarios sus
líderes nacionales, que, con su voz disonante, ponen el necesario contrapunto
al discurso dominante de la clase política. Pero también son necesarios sus
cuadros intermedios, imprescindibles para la negociación colectiva y para supervisar
el cumplimiento de las condiciones laborales en el mundo de la empresa (más de
250 mil delegados elegidos en casi 80 mil procesos electorales representan los
intereses de los trabajadores en ese ámbito).
Y qué decir de los tan vilipendiados
“liberados sindicales”. En un contexto tan complejo como el de hoy, en el que
se han reducido mucho los derechos laborales, ¿qué sería de los trabajadores de
pequeñas empresas donde no existe representación sindical alguna, sin la ayuda
de los liberados sindicales visitando uno a uno los centros de trabajo,
informando y recogiendo las reclamaciones de los trabajadores?.
Como en toda institución, hay
cosas mejorables en el sindicalismo, y hay personas que no ejercen sus
funciones con la debida dedicación y eficiencia. Eso ocurre en el mundo de las
asociaciones empresariales o en el de los partidos políticos. También sucede en
ámbitos profesionales tan nobles como la abogacía, la judicatura, la
medicina o la educación, y no por eso las
vilipendiamos con la dureza como lo hacemos con los sindicatos.
Hay que recordar que el
sindicalismo es una institución de más de cien años de historia, que ha
contribuido a muchas de las conquistas sociales que hoy disfrutamos en el mundo
del trabajo. Por supuesto que tiene que adaptarse a los nuevos tiempos y que
tiene que innovar para relacionarse mejor con los trabajadores (y con los que
no tienen trabajo) y para ser más eficientes en sus funciones de reivindicación
y defensa del mundo laboral y de los trabajadores autónomos. Pero el reto de la
innovación afecta a todas las entidades, tanto públicas como privadas. El sindicalismo
no puede ser una excepción si quiere sobrevivir a los cambios en curso. No lo tiene fácil en estos tiempos tan convulsos en los que surgen nuevas formas de relacionarse con el mundo del trabajo y donde el ámbito tradicional de la empresa experimenta mutaciones que eran inimaginables hace sólo un par de décadas. Aun así, el sindicalismo es necesario, ya que, sin los sindicatos, la democracia estaría mutilada.
Coincido contigo en que los sindicatos deben innovarse o "reinventarse" urgentemente. En mi opinión, los sindicatos en España actualmente padecen un avanzado estado de gangrena. El estado de descomposición sindical es tal, que han dejado de tener sentido para a mayoría de los trabajadores. Cuanto antes lo asuman mejor será para ellos mismos y para el resto del país.
ResponderEliminarGracias Jose. Aprovecho para saludarte y enviarte un fuerte abrazo.
EliminarGracias Jose. Aprovecho para saludarte y enviarte un fuerte abrazo.
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ResponderEliminarTotalmente de acuerdo contigo en la necesidad de los sindicatos y en su necesidad de renovarse.La democracia no podrá ser real, sin los contrapesos a los que te refieres y uno de esos contrapesos fundamentales son los sindicatos. Los logros en la regulación de las relaciones laborales que se han conseguido en el anterior siglo, se deben sin duda al papel que han jugado los sindicatos de clase. Sin unos sindicatos fuertes, la democracia será imperfecta y los trabajadores y trabajadoras estarán desprotegidos. Independientemente de todos los errores cometidos por el movimiento sindical, los que queremos defender la democracia, nos deberíamos preguntar a que intereses responden esas críticas feroces y destructivas que reciben. ¿Qué alternativas existen a la representación sindical?
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