domingo, 27 de marzo de 2016

SEMANA   SANTA   EN   ANDALUCIA
Una   lectura   sociológica


La Semana Santa es un acontecimiento importante en muchas ciudades españolas. En Andalucía adquiere una relevancia aún mayor, como se ha puesto de manifiesto, una vez más, en esta pasada semana. Dada su importancia, algunos antropólogos califican la Semana Santa andaluza de “hecho social total”, término acuñado hace casi un siglo por el francés Marcel Mauss para denominar ciertos acontecimientos singulares donde confluyen no sólo dimensiones religiosas, sino también culturales, económicas, políticas y sociales.

La singularidad de la Semana Santa es percibida con claridad por la opinión pública andaluza, que la consideran la expresión cultural más significativa de Andalucía. En el Barómetro Andaluz de Cultura (2012), más del 70% de los andaluces opinan que la Semana Santa es un “hecho cultural”, y el 60% que es la expresión cultural más característica de Andalucía.

La Semana Santa moviliza a toda la población, tanto a los que participan activamente en ella, como a los que son sólo meros observadores o incluso a los que se manifiestan de manera crítica. Asimismo, la Semana Santa es un evento en el que se ven implicadas las instituciones públicas de cada localidad, con independencia de la ideología política del gobierno municipal, al autorizar, con más o menos convicción, la ocupación del espacio público por los desfiles procesionales, modificando las ordenanzas en materia de ruido, tráfico, limpieza, saneamiento, recogida de residuos,

En definitiva, como “hecho social total”, la Semana Santa andaluza a pocos deja indiferente, aunque tenga distintos significados para cada persona o grupo de la sociedad local, como también ocurre con otras celebraciones de semejante naturaleza (las Fallas de Valencia, los Sanfermines pamplonicas o las fiestas levantinas de Moros y Cristianos).

Diversos significados sociales

En la Semana Santa andaluza, pueden distinguirse diversas categorías de individuos respecto a este acontecimiento. Una primera categoría estaría formada por los “sujetos activos”, es decir, por los que tienen un protagonismo visible en ella por el hecho de formar parte activa de las asociaciones que la componen (hermanos mayores de las hermandades, cofrades, miembros de los cabildos, bastoneros, costaleros,…). También forman parte de esa categoría las personas que colaboran de manera directa en los diversos actos religiosos que tienen lugar en torno a la Semana Santa (ya sea ayudando en la preparación de las imágenes, ya sea acompañándolas en los desfiles procesionales, ya sea asistiendo a los cultos en las iglesias,…)

La segunda categoría sería la de los “observadores”. Estaría formada por aquellas personas que, de forma pasiva, se limitan a ser meros espectadores de los eventos que tienen lugar durante esos días, sin pertenecer a ninguna asociación ni participar directamente en dichos eventos (aquí se incluirían también muchos visitantes foráneos que se acercan esos días a los pueblos andaluces para presenciar los desfiles procesionales).

Una tercera categoría estaría constituida por aquellos vecinos que se muestran “indiferentes y/o críticos” con la Semana Santa y que, en algunos casos, incluso aprovechan esos días de ocio para salir del pueblo y dedicarlos a otros menesteres. Algunos son críticos porque, desde una determinada visión del hecho religioso, consideran que el modo festivo y jocoso como se celebra la Semana Santa en muchos pueblos andaluces, no es el más adecuado desde el punto de vista de la moral cristiana. Otros, sin embargo, la critican desde una perspectiva diferente, al entender que es una forma abusiva de ocupar el espacio público, y que, en opinión de estos grupos, no debería ser tolerada en un Estado aconfesional como el nuestro. En esta misma línea, hay vecinos que son también críticos con la Semana Santa al sentirse incómodos con una celebración que, desde su punto de vista, consagra el predominio de valores (machismo, fetichismo, religiosidad exacerbada,…) difícilmente justificables en una sociedad, como la española, donde lo religioso está cada vez más instalado en el ámbito de lo privado.

Además, no puede ignorarse que, alrededor de la Semana Santa, hay una cuarta categoría de personas cuya presencia está relacionada con la intensa actividad económica que se desarrolla en torno a ese acontecimiento (bandas de música, trabajos de imaginería, fabricación de rostrillos, mantenimiento de ropas y atributos de las figuras bíblicas, arreglo y restauración de imágenes, servicio de cocina y catering para la organización de los actos de hermandad,…)

Fuente de identidad cultural

Debido al declive de las clásicas concepciones “esencialista” y “estructural” de la identidad, se va asentando cada vez más la idea de que la identidad de los individuos en la sociedad contemporánea no es única ni estable, sino múltiple, fragmentada y en permanente transformación. Según esta idea, los individuos conviven con diversas identidades, que son inestables y que son fruto del inevitable proceso de adaptación a los distintos contextos con los que tenemos que enfrentarnos en el día a día (en el mundo del trabajo, los negocios, la política, la familia, los amigos,…).

En ese contexto de identidades múltiples, fragmentadas e inestables, la Semana Santa constituye para los andaluces un importante escenario de reafirmación de la identidad afectiva, es decir, de la identidad basada en los sentimientos y las emociones. Es un referente a través del cual muchas personas, más allá de su adscripción ideológica o creencias religiosas, se sienten, aunque sólo sea en esas fechas, parte del grupo, o incluso de la comunidad en la que viven, tal como ocurre en otros acontecimientos andaluces de naturaleza similar (Romería del Rocío, Carnavales de Cádiz o algunas ferias y fiestas locales). Al igual que en esos otros eventos, en la Semana Santa andaluza se fortalece un nosotros grupal (comunitario), en el que confluyen tanto la dimensión familiar, como la dimensión semilocal (barrio) y la de amistad y fraternidad.

Cabe preguntarse por qué la reafirmación de esa dimensión afectiva de la identidad cultural andaluza se produce sobre todo en torno a la Semana Santa. Como han señalado algunos estudiosos de la Semana Santa andaluza (Moreno Navarro, Agudo, Rodríguez Becerra,…), todo esto ha sido posible gracias al singular proceso de secularización de lo religioso que se ha dado en Andalucía. Este proceso explica que, a diferencia de lo ocurrido en otras regiones españolas, no hayan desaparecido en Andalucía los rituales populares asociados a las imágenes religiosas, sino todo lo contrario. Se ha  producido incluso una reactivación de dichos rituales, trascendiendo el ámbito de las devociones privadas y procurando marcar su autonomía respecto a la autoridad eclesiástica en una sociedad cada vez más secularizada como la actual.

De hecho, en Andalucía, estos símbolos religiosos siguen estando muy presentes todos los días del año en ambientes seculares o incluso laicos (como bares, restaurantes, comercios, tiendas, despachos profesionales, club deportivos, gestorías,…) en forma de cuadros y fotografías de cristos y vírgenes, así como de carteles de semana santa, de calendarios cofradieros, de participaciones de lotería de las diversas corporaciones bíblicas y cofradías, y, más recientemente, de vídeos, páginas web y blogs en Internet.

Esto no suele ocurrir con otros eventos en una gran mayoría de las localidades andaluzas. A ello contribuyen, sin duda, factores tales como los siguientes: el carácter festivo-primaveral de la Semana Santa (conmemorando la Pasión, pero celebrando la alegría de la Resurrección) el potencial emotivo que tiene la religiosidad y la fe religiosa en la conciencia de la gente (con sus variantes y diversidad de significados); la exaltación de la hermandad a través de los rituales típicos de la Semana Santa; el culto del comensalismo que impregna las reuniones que se celebran esos días, y, sobre todo, el escrupuloso respeto de las tradiciones (nuevas y viejas) que convierten esos rituales en una exacta repetición anual de hechos y comportamientos sociales.

Gracias a ese conjunto de factores, la Semana Santa se mantiene hoy muy presente en la sociedad andaluza, habiéndose incorporado a la vida cotidiana de muchos andaluces sin que eso les haya impedido avanzar en los valores típicos de la modernidad (individualismo, privacidad, secularización, laicidad, libertad religiosa, universalismo, ciudadanía,…). Tradición y modernidad coexisten en torno a la Semana Santa, debido al citado proceso de secularización de lo religioso, pero también gracias al entorno de sociabilidad y cercanía que se produce en muchos pueblos andaluces en estos días. En ese contexto, el yo individual se integra, como he señalado, en un nosotros grupal que contribuye a llenar el vacío creciente de la vida moderna apelando a los lazos de la tradición, los sentimientos y las emociones.

La funcionalidad y utilidad de esas prácticas y rituales tradicionales para afrontar los avatares de la vida moderna, es lo que explica el relevo generacional que tiene lugar en la Semana Santa andaluza. De hecho, se ha producido en los últimos años un importante aumento del número de jóvenes en las cofradías, hermandades y corporaciones, compatibilizando muchos de ellos su moderno rol profesional (global y cosmopolita) con el deseo de mantener vivos sus orígenes (locales) y de construir un relato identitario propio que le permita conservar el sentimiento de pertenencia a sus grupos primarios (amigos, familia). Puede verse en ello el afán por conservar una especie de “hilo de la memoria” (Danièle Hervieu-Lèger) que les vincula con sus raíces locales y con las generaciones anteriores.

Tradición y modernidad

La Semana Santa de Andalucía es, en definitiva, un “hecho social total” que trasciende su dimensión religiosa y cultural y que afecta a todos los ámbitos de la sociedad andaluza (se participe o no en ella). Como tal, es un acontecimiento que está sometido a los cambios propios del entorno donde se desarrolla, impregnándose de nuevas percepciones y expectativas y de nuevos comportamientos por parte de la población. Su extensión a nuevos grupos sociales es, sin duda, una muestra de su pujanza, pero supone también la incorporación de elementos nuevos de expresividad (en las imágenes, en la música, en el vestuario, en los itinerarios,…) y de nuevas formas de participación (como la presencia cada vez mayor de las mujeres como sujetos no pasivos, sino activos de la Semana Santa).

Asimismo, esos cambios reafirman la autonomía de las hermandades, cofradías y corporaciones respecto a las autoridades eclesiásticas, provocando no pocas tensiones a la hora de determinar el rumbo de la Semana Santa y de marcar las pautas estéticas que la rigen. Además, la creciente secularización de la sociedad andaluza hace que los eventos asociados a la Semana Santa ya no sean vistos como una expresión exclusiva, genuina e intocable de la religiosidad popular andaluza, y tampoco se acepta que, por ese carácter de exclusividad, deba impregnar a todas las instituciones sociales (sean o no religiosas). Tales eventos están cada vez más sometidos al escrutinio de la opinión pública en función de los efectos que tienen sobre el funcionamiento de la vida cotidiana en nuestras ciudades durante esos días, lo que es fuente de tensiones a la hora de distinguir entre el espacio público y el espacio privado.


Todos esos cambios rompen con las pautas tradicionales de la Semana Santa, la hacen más plural y menos exclusivista, pero la enriquecen de otro modo, no siempre al gusto de todos. Es en esa tensión entre tradición/modernidad, entre secularización/religiosidad, donde debe enmarcarse hoy la Semana Santa de Andalucía. De esa tensión extrae sus principales energías, pero también surgen de ella elementos que hacen más compleja su gestión.

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