TURQUIA Y LA PARADOJA DEMOCRÁTICA
El
fallido intento de golpe de Estado en Turquía el pasado 15-16 de
julio forma parte de la cadena de insurrecciones militares que ha
caracterizado a este país desde la creación de la República en
1923, mostrando la fuerte presencia del ejército en la vida política
turca.
Para
comprender este hecho, hay que tener en cuenta que la República de
Turquía se creó como resultado de un movimiento militar
protagonizado por jóvenes oficiales del antiguo ejército otomano
tras la derrota del Imperio en la Primera Guerra Mundial. Ello
explica que, desde sus orígenes, el estamento castrense haya tenido
funciones y poderes que superan los habituales en las democracias de
corte occidental.
Rechazando
las condiciones impuestas a Turquía en el Tratado de Sevrés (1920),
el coronel del ejército otomano Mustafá Kemal (más tarde conocido
como Ataturk, padre de la patria turca) emprendería, desde el
interior de Anatolia y negando la autoridad del sultán Mehmed VI,
una guerra de liberación nacional que le conduciría a la victoria
en octubre de 1923, logrando que el Tratado de Lausanne reconociera
la integridad territorial turca y sus actuales fronteras. Una vez
abolido el Imperio y disuelta la dinastía otomana, la nueva
República iniciaría un largo camino de modernización “desde
arriba” en la que el ejército se convertirá en garante de las
conquistas republicanas.
Convencido
de la obsolescencia del viejo orden otomano y del retraso secular que
significaba la presencia hegemónica de la religión musulmana en la
sociedad turca, Ataturk vinculará la nueva República a la
puesta en marcha de un gran proyecto modernizador. Para ello,
declarará el laicismo como principio vertebrador, pondrá bajo
control político la gestión de las mezquitas y tomará como
referencia el sistema educativo occidental (sustituyendo el alfabeto
árabe por el latino y creando una amplia red de escuelas públicas
en todo el territorio). Además, reconocerá el derecho de voto a las
mujeres y trasladará la capital de la República desde la histórica
Estambul (centro neurálgico del imperio otomano) a Ankara (en el
interior de Anatolia, símbolo de la guerra de liberación y de la
independencia nacional).
Desde
el punto de vista político, ese proyecto se basará en dos pilares:
i) un sistema restringido de partidos, vertebrado en torno a una
organización política hegemónica (el partido CHP, identificado con
el proyecto reformador de la nueva República) y ii) un fuerte
ejército, formado por los oficiales que, junto al coronel Mustafá
Kemal, protagonizaron la guerra de independencia y que, más tarde,
asumirían la misión de garantizar (y tutelar) el nuevo orden
republicano.
El
mencionado Partido Republicano del Pueblo (CHP), partido creado por
el propio Kemal (Ataturk), será el instrumento encargado de
llevar a cabo la modernización del país, siendo, además, la base
de reclutamiento de los funcionarios que ocuparán los puestos de
responsabilidad en las distintas escalas de la administración
pública. Esto producirá una simbiosis entre el partido CHP, el
ejército y la administración kemalista, dando lugar a un proceso de
circulación de élites entre esas tres esferas del sistema
institucional republicano. Este proceso permanecerá vigente durante
veinte años, justo hasta la muerte de Kemal (Ataturk) en 1937
y el acceso a la presidencia de la República de su antiguo compañero
de armas Mustafá Ismet (Inönu).
El
cambio de escenario tras la victoria de las potencias democráticas
en la Segunda Guerra Mundial en 1945, y la opción de Turquía por
integrarse en el bloque occidental, dieron lugar a la definitiva
adopción de un régimen pluralista de partidos.
De hecho, la implantación de la democracia parlamentaria y el
pluralismo político en Turquía fue, de algún modo, una imposición
de las potencias occidentales como condición previa para integrar a
este país en la OTAN.
Desde
entonces, Turquía vivirá la paradoja democrática de contar con un
régimen parlamentario (elecciones libres, división de poderes,
libertades civiles y partidos políticos), pero sometido a la tutela
del estamento militar como garante de la democracia y del legado
laico y republicano kemalista.
No
obstante, y debido al limitado alcance que tuvo el proyecto de
secularización y modernización emprendido por el kemalismo,
Turquía no logrará convertirse en un país cohesionado en torno a
los valores laicos y republicanos. Por el contrario, acabará siendo
una sociedad heterogénea en la que coexistirán, de un lado,
sectores de la población formados en el laicismo y los valores de la
cultura europea (localizados, sobre todo, en las ciudades del Egeo y
también en algunas zonas del Kurdistán) y, de otro, amplias capas
de la sociedad ancladas en la tradición y cohesionadas en torno a la
religión islámica (situadas principalmente en la región de la
Anatolia, pero extendidas al resto del país debido al éxodo rural).
Ello
ha dado lugar a una democracia frágil, sometida a fuertes tensiones
y con dificultades para satisfacer las demandas de una sociedad tan
fragmentada como la turca, lo que explica que la República laica
creada por el kemalismo haya tenido que apoyarse en el
ejército como garante de su viabilidad. Asimismo, el papel del
estamento militar se ha ido reforzando por la constante inestabilidad
generada por la compleja situación geopolítica de Turquía,
sometida a las tensiones entre Oriente y Occidente y a la
vulnerabilidad de unas fronteras volcadas a países en conflictos
constantes (Irak, Irán, Siria, antigua URSS,…). A ello habría que
añadir la dificultad de gestionar un complejo problema de integridad
territorial en una parte de su territorio (“cuestión kurda”),
problema que, al ser tratado por la vía militar, constituye un
elemento más para explicar el protagonismo del ejército en la vida
política turca.
De
hecho, hasta comienzos del siglo XXI, y en los cincuenta años de
democracia, la hegemonía cada vez más debilitada del kemalismo
se ha tenido que apoyar en el papel de cohesión autoritaria
desempeñado por un ejército plenamente identificado con el legado
de Ataturk y convertido en un auténtico poder dentro del
Estado (no sólo militar, sino también económico, controlando
importantes sectores del complejo industrial). De hecho, las
sucesivas intervenciones militares en ese periodo han solido coincidir con
situaciones en las que ese legado (y el poder del estamento
castrense) se ponía en peligro.
Cabe
agrupar esos levantamientos militares en tres tipos de situaciones
contra las que el Ejército ha reaccionado: i) la amenaza
representada por el acceso al gobierno de partidos políticos
surgidos de disidencias internas dentro del CHP y no identificados ni
con el kemalismo ni con el significativo papel del estamento
militar; ii) el desorden e inestabilidad provocados por el
enfrentamiento violento entre el extremismo de izquierda y de
derecha, y iii) la emergencia y llegada al poder de partidos de corte
islamista que amenazaban la continuidad del laicismo republicano.
Respecto
a la primera situación (evitar la consolidación de gobiernos no
kemalistas), el primer objetivo del golpe de estado de mayo de 1960
era expulsar del poder al Partido Demócrata (DP) (disidente del
kemalista CHP), y eso a pesar de haber ganado tres elecciones
consecutivas entre 1950 y 1957, condenando a muerte y ejecutando a su
presidente Menderes. El segundo objetivo era facilitar el retorno del
kemalismo al poder, promoviendo un gobierno presidido por el
viejo dirigente Inönu y recuperando el papel central del
Ejército. En lo que se refiere al levantamiento militar de marzo de
1971, aun siendo diferente en su ejecución al anterior, tiene en
común el objetivo de poner fin a un gobierno no kemalista, como era
el gobierno elegido democráticamente de Demirel y su Partido de la
Justicia (AP) (heredero del anterior DP), por lo que cabe incluirlo
en este primer tipo de insurrecciones castrenses.
Respecto
a la segunda situación (reaccionar ante la inestabilidad provocada
por los extremismos de diverso signo), el golpe de septiembre de 1980
constituye un ejemplo evidente. El objetivo de los altos mandos
militares era reprimir las revueltas de los grupos extremos de
izquierda y derecha, que, organizados en guerrillas urbanas,
representaban una amenaza a la estabilidad política y ponían en
riesgo la continuidad del régimen kemalista. El resultado de la
intervención militar fue un duro proceso de represión, la
aplicación de la ley marcial, la ilegalización de los partidos
políticos y la elaboración de una nueva Constitución como paso
previo a la restauración de la democracia en 1983.
En
lo que se refiere a la tercera situación de las comentadas (impedir
el acceso de los islamistas al poder), el levantamiento de febrero
1997 (que no fue una insurrección armada, sino un golpe de timón
desde las altas instituciones del Ejército presionando a la
Presidencia de la República) tenía por objetivo descabalgar del
gobierno al islamista Partido del Bienestar (RP) de Erbakan ganador
de las elecciones de 1995 (en el que ya figuraba Erdogan en su
condición de alcalde de Estambul). El resultado fue que el Tribunal
Constitucional declarara ilegal el citado partido islamista RP, y se
formaran débiles gobiernos de coalición que, a duras penas,
lograron mantenerse en el poder hasta la convocatoria electoral de
noviembre de 2002.
La
paulatina descomposición de la herencia política kemalista, sumida
en una fuerte división interna y perdiendo a raudales legitimidad
entre sus tradicionales bases de apoyo (por causa de la corrupción
de sus dirigentes y de su incapacidad para gestionar la grave crisis
económica de los años 1990), hizo que el régimen republicano
perdiera su pilar político.
El
vacío generado en las filas laicas y republicanas, y las
dificultades de renovarse para integrar a las nuevas generaciones,
además de la siempre presente “cuestión kurda”, romperían el
equilibrio de los dos pilares en los que se había sostenido la
República, quedando el Ejército en un terreno indefinido al
descomponerse el pilar político que históricamente estaba destinado
a proteger.
Ese
vacío abriría la puerta a un refundado partido islamista (con las
siglas de Partido de la Justicia y el Desarrollo, AKP), dirigido ya
por Erdogan. Tras asumir públicamente el legado kemalista
republicano, sería tolerado por el Ejército permitiendo el acceso
al poder del AKP tras su victoria electoral de 2002, repetida en
cuatro ocasiones (la última con mayoría absoluta en noviembre del
pasado año).
Desde
entonces, el AKP se ha erigido en el partido mayoritario de Turquía,
con unas bases sociales de clase media, fuertemente cohesionadas en
torno a la identidad religiosa y a un programa económico de corte
neoliberal. El AKP ha procurado combinar, de un lado, su compromiso
con el régimen republicano, y de otro, la implementación de su
propia agenda política, basada en un islamismo moderado y en el
desmantelamiento progresivo del papel tutelar del ejército en el
sistema político turco provocando la deriva corporativista del estamento castrense.
Y
es ahí donde surgen los recelos respecto al AKP por parte de un
sector del Ejército y de los grupos laicos y republicanos de la
sociedad turca, unos grupos que se encuentran divididos en varias
facciones, pero en el que aún destaca un refundado CHP que ha
encontrado en la socialdemocracia la fuente de su renovación (obtuvo
un 25% de los votos en las últimas elecciones, mientras que la
izquierda no kemalista representada por la plataforma ecologista y
prokurda del HDP obtuvo casi el 11%). La dispersa y dividida
oposición al AKP ha venido observando, con cierta impotencia, la
deriva autoritaria de Erdogan, que, desde hace años, viene
aspirando, sin éxito todavía, a reformar la Constitución para
fortalecer aún más el carácter presidencialista de la República y
reducir el poder del estamento militar poniéndolo bajo control del
poder político.
La novedad del frustrado golpe del
pasado 15-16 de julio es que no tuvo por objetivo, como en ocasiones
anteriores, garantizar el orden republicano y asegurar el legado
kemalista, por lo que no cabe incluirlo en ninguna de las tres
situaciones antes comentadas. Su motivación parece haber sido más
prosaica y corporativista: un arreglo de cuentas entre el gobierno de Erdogan y
sectores del ejército (vinculados a la poderosa cofradía islámica
Hizmet del clérigo Gülen) por motivos relacionados con su
política de nombramientos, lo que muestra los profundos cambios y
divisiones que han tenido lugar en el segundo pilar (militar) del
régimen republicano.
Carente
de los dos pilares en los que se ha venido sustentando desde 1923 (el
político del CHP y el militar del Ejército), la República turca se
encuentra ante el difícil reto de vencer la paradoja de una
democracia tutelada para avanzar hacia una democracia moderna, con
plena separación de poderes, pluralismo, libertades civiles y
respeto de los derechos humanos. La extremadamente dura reacción del
AKP y del presidente Erdogan a la frustrada intentona militar,
declarando el estado de excepción y ampliando la purga a los
estamentos judicial y educativo y a los medios de comunicación, no
parece que vaya en la buena dirección.
No
obstante, el hecho de que todas las fuerzas políticas sin excepción,
y amplios sectores de la cultura (entre ellos el Premio Nobel Orhan
Pamuk, firme opositor de Erdogan), hayan mostrado su rechazo al golpe
militar y apostado por la defensa de la democracia, es una buena
señal de que la sociedad civil turca está empeñada en avanzar
hacia un sistema democrático pleno.
El
reto de la actual oposición política (laica, republicana y
proeuropea) está ahora en lograr organizarse y plantar cara de forma
coordinada a las pretensiones autoritarias de Erdogan, evitando que
se produzca una involución en el proceso de democratización, algo
que, de producirse, tendría graves efectos en sus relaciones con la
UE y situaría a Turquía en un escenario geopolítico de
imprevisibles consecuencias.
Tu erudición es admirable Eduardo. Un abrazo
ResponderEliminarTu erudición es admirable Eduardo. Un abrazo
ResponderEliminarMagnífico artículo analítico de la situación de Turquía y su explicación histórica.
ResponderEliminarGracias de nuevo Eduardo.