SOBRE IMPUTADOS, AFORADOS Y RESPONSABILIDADES POLÍTICAS
No me gustan los juicios paralelos, previos al
conocimiento de las sentencias en firme. Menos me gustan esos juicios si
afectan a políticos en el ejercicio de sus cargos públicos. Y no es sólo por el
daño que se le hace al encausado en detrimento de su derecho a la presunción de
inocencia, sino también por el daño que representa para el propio sistema
democrático.
Cuando un político es imputado, los medios de
comunicación, afectados como están por una grave crisis de lectores y/o
audiencia, se hacen eco de la noticia magnificándola de tal modo (en grandes
titulares, en primera plana o en la cabecera de los telediarios), que impactan
en la opinión pública como si ya hubiera sido condenado. Diarios (en papel o
digitales), emisoras de radio y canales de TV pugnan entre sí por ver cuál da
la noticia con mayor sensacionalismo e impacto mediático.
Pero, luego, meses o años más tarde, cuando se hace
pública la sentencia y ese mismo político es absuelto o condenado a una pena
mucho menor que la solicitada por el fiscal, la noticia no se difunde con la
misma amplitud e intensidad. Y si se difunde, la reacción que entonces genera
en gran parte de la opinión pública es la de acusar al poder judicial de
someterse al dictado de los políticos. “¿Ves? Le han rebajado la pena o lo han
absuelto porque los jueces son cómplices del poder político. Son todos de la
misma calaña”. Es la credibilidad del sistema democrático la que se ve afectada
por este tipo de reacciones.
El fundamento de una democracia radica en la
separación de poderes, y el poder judicial tiene sus procedimientos y sus
ritmos. En no pocas ocasiones, son procesos exasperadamente lentos, debido a la
complejidad de los casos y a la escasez de recursos con que cuentan los jueces
para abordar largas y tortuosas investigaciones en la fase de instrucción. Lo
importante es que el poder judicial sea independiente a la hora de desarrollar
sus funciones y que el poder político no interfiera las decisiones de los
jueces, aunque como cualquier ciudadano los políticos pueden criticar las
sentencias y recurrirlas si ha lugar. También los jueces deben ejercer con
mesura sus funciones y no sobreactuar cuando tienen delante una "presa" de valor
político.
En ese contexto cabe plantearse varias cuestiones. La
primera se refiere a la actitud personal que debe tener el político que es
imputado (investigado) si el juez de instrucción ve indicios de culpabilidad.
En países democráticos ya maduros, ni siquiera se espera a la imputación. Basta
con que caiga la más mínima sospecha sobre un político en el ejercicio de su
cargo o incluso en su vida privada, para que se vea en el deber (que no en la
obligación) de dimitir.
Tenemos múltiples ejemplos de políticos
norteamericanos, británicos, alemanes o suecos, que han visto truncadas sus
carreras políticas por comportamientos reprobables en el ámbito de sus vidas
públicas o privadas. Para dimitir no han tenido que esperar a ser imputados por
un juez, ni a que se apliquen los códigos éticos de sus correspondientes
partidos, ni al conocimiento de una sentencia. Su retirada de la vida política es
fruto del imperativo moral que impregna las culturas democráticas ya maduras y
que es interiorizado por quien se dedica a la política, ya que la sociedad en la que vive también se rige por ese código ético en todo lo relativo a la utilización de los recursos públicos. Por desgracia, en
nuestro país, la dimisión por imperativo moral es la excepción y no la regla.
La segunda cuestión se refiere a la norma que deben
aplicar los partidos políticos cuando en sus filas surjan casos de corrupción o
de comportamientos reprobables que afectan a algunos de sus dirigentes o
afiliados. En un momento de crisis económica e institucional como la actual, los
partidos políticos, conscientes de su debilidad y escasa credibilidad en la
opinión pública, responden de forma precipitada y errática ante la presión
mediática,
Todo eso lleva a partidos políticos y a medios de
comunicación a no establecer una clara distinción entre las diferentes
categorías de corrupción (prevaricación, malversación de fondos públicos,
cohecho,…) a la hora de reaccionar cuando un dirigente es imputado. Lo mismo da
que haya sólo prevaricado en el ejercicio de su cargo sin haberse enriquecido
personalmente; que haya malversado fondos o recibido comisiones a cambio de
determinadas decisiones, o simplemente que haya ejercido tráfico de influencia.
En ese contexto paranoico, todo es corrupción, sin importar de qué grado y
gravedad. No es extraño, por tanto, que dé la impresión de que nuestro país esté inmerso en un lodazal de corrupción, cuando la realidad no es así (hay más de cien mil cargos políticos electos en España, y en su gran mayoría desarrollan su actividad de manera honesta).
En una frenética carrera, los partidos, presionados por los medios de comunicación, compiten entre sí
por ver cual pone el listón más alto a la hora de pedir responsabilidades a los
políticos envueltos en casos de corrupción. Eso les lleva a exigir el cese de
un alto cargo o la expulsión de un afiliado por el solo hecho de ser imputado,
sin esperar a la apertura del juicio oral o a la terminación del proceso
judicial con el dictado de la correspondiente sentencia.
En principio, y como ideal, sólo la condena en firme debería ser
el criterio de un partido para actuar contra el afiliado que ocupe un cargo
público y sea encausado en un proceso judicial. Actuar en el momento de la
imputación, en pleno proceso de instrucción del sumario, sería atentar contra
la presunción de inocencia. Actuando así, los partidos políticos contribuyen a
los juicios paralelos con actuaciones efectistas que responden más a presiones
mediáticas, que a la aplicación de un código ético coherente, generando daños irreparables en los militantes afectados por ello,
Otra cosa diferente es que, determinados cargos
institucionales, deberían renunciar a sus puestos en caso de ser imputados o
citados a la apertura en el juicio oral, para evitar el descrédito de la
institución a la que representan cuando llegue el momento de sentarse en el
banquillo de los acusados. Debería ser una renuncia movida por el imperativo moral
a que antes me he referido, pero, si no se produjera, el partido tendría que
actuar en esos casos forzando la dimisión para evitar males mayores.
Otra cuestión es el tema del aforamiento, muy unido
a las dos cuestiones anteriores y que exigiría una reflexión más amplia, ya que la opinión pública identifica el hecho de estar aforado con la impunidad, cuando no es realmente así. Ser aforado no significa ser impune a la justicia, sino ser juzgado por tribunales especiales (tribunal supremo o tribunales de justicia de las Comunidades Autónomas).
Sea como fuere, lo cierto es que España es el país con mayor número de aforados, y que debe reducirse de modo sensible, debiendo quedar limitado a cargos institucionales de alto nivel (la corona, las presidencias de los gobiernos nacional y autonómicos, las presidencias del Congreso y Senado, los magistrados del TC, y poco más). De ese modo, un diputado o senador, por ejemplo, no verá en la retención de su escaño una vía para protegerse por estar aforado ante una imputación por parte del poder judicial ordinario.
Sea como fuere, lo cierto es que España es el país con mayor número de aforados, y que debe reducirse de modo sensible, debiendo quedar limitado a cargos institucionales de alto nivel (la corona, las presidencias de los gobiernos nacional y autonómicos, las presidencias del Congreso y Senado, los magistrados del TC, y poco más). De ese modo, un diputado o senador, por ejemplo, no verá en la retención de su escaño una vía para protegerse por estar aforado ante una imputación por parte del poder judicial ordinario.
Estas son algunas reflexiones sobre un tema que está permanentemente en la agenda pública, y actualmente aún más por casos tan significativos como el de los socialistas Chaves o Griñán o el de la popular Rita Barberá. Los medios de comunicación, y la propia opinión pública, ya los han condenado en un juicio paralelo, mucho antes de que se sienten en el banquillo y el tribunal sentenciador proceda a interrogarlos y dictar sentencia.
¿Qué ocurriría si
fueran declarados inocentes de los cargos que se les imputan o si las condenas
fuesen mucho menores que las solicitadas por el fiscal anticorrupción? Me temo
que, debido a esos juicios paralelos previos, en tales circunstancias la
justicia saldrá muy mal parada en su imagen de independencia, y la democracia perderá un
grado más de credibilidad.
Amigo Eduardo. Me parece absolutamente acertado todo lo que has expresado en esta entrada. Es más, yo diría que necesaria, de todo punto, abrir esta reflexión. Pero, si me permites, cuando has hablado de aforamiento, abundaría en algo que se está promoviendo, con ánimo de agitación, y que, bajo mi punto de vista es muy peligroso: aforamiento es igual a impunidad. Por determinados medios se está tratando este tema como un privilegio -que evidentemente lo es-, pero entendido como algo que hace que los políticos estén fuera de la acción de la justicia. Por contra, se espolea que determinado nuevo representante público renuncia a su aforamiento, como dando a entender que éste sí, como el resto del pueblo, se somete a la justicia. Y que conste que estoy absolutamente de acuerdo contigo en que hay que disminuir sensiblemente el número de aforados. Pero también hay que hacer una labor pedagógica explicando con nitidez que significa el aforamiento, cual es su naturaleza y que sentido tiene aplicarlo a determinadas personas en el desempeño de sus funciones en las instituciones del estado. Pero, evidentemente, como en esto, en todo lo que se refiere al funcionamiento público, interesa la desinformación o peor la mal-información al servicio de la agitación, la crispación y otros intereses, que realmente no son los generales. Todo ello lo único que hace es el desprestigio del pilar más importante que tiene un sistema que son sus instituciones. Y ahí se abre otro gran debate, bajo mi punto de vista, y que tú también has mencionado en tu reflexión, que es la ética de los medios de comunicación, en el más amplio, moderno y tecnológico concepto de medio de comunicación. Desde los medios se exige responsabilidad a la clase política, pero ¿que responsabilidad hay que exigirle a los medios de comunicación?. Gracias Eduardo por abrir de forma tan brillante estos temas en tu Blog.
ResponderEliminarEduardo, parece ser que batimos el record de personas aforadas en relación con Europa. Tenemos 10.000 aforados en nuestro país( de los cuales dos mil y pico son políticos), en Francia sólo tienen esta protección judicial el presidente de la República, el primer ministro y su gobierno que suman 21. En Portugal e Italia gozan de este privilegio sólo el presidente de la República. Y PARECE SER QUE ALEMANIA TIENE CERO AFORADOS... Es preocupante esto. Parece que vivimos en un feudalismo. Gracias por tu artículo nos ayuda a dilucidar a los que estamos poco puestos en política.
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